lunes, 2 de febrero de 2009

Con los pies en el suelo

Ayer por la noche me quedé en casa. Hace tiempo había escuchado una canción nueva de Extremoduro. Dulce introducción al caos, se llama. La escuché hace unos meses y luego la olvidé, no se me ocurrió pensar que quizá, aparte de esa canción, el grupo había decidido hacer unas cuantas más para completar un disco. El disco lo descubrí ayer, así que no pude salir de casa.

Me quedé en la cocina, con los cascos puestos, embriagada de autenticidad, mientras mi compañera de piso comía pizza y escarbaba entre las ruinas de Facebook buscando un contrafuerte para su iglesia tambaleante. La música muy alta. Muy alta. Dicen que mi vida es un exceso, y yo me vendo solo por un beso.¿Qué voy a hacer, si vivo a cada hora esclavo de la intensidad? Escuché cada canción unas doscientas veces. Pasaron por la cocina todos los habitantes de esta casa y yo seguía allí, escuchando. Después intenté dormir pero no pude.

Esta mañana, después de haber dormido un par de horas, he tomado la decisión de dejar la universidad. Me he levantado, he hecho café, he pensado en el fraude que soy, y he decidido dejar la carrera. Es una carrera para gilipollas, pensaba mientras echaba la leche en la taza, ahí solo puedes morir. Y entonces he decido dejarla. Luego le he comunicado la noticia a mi madre. No ha sido fácil.

Le he explicado que seguir estudiando significaba la muerte de mi espíritu, que no podía estudiar esos apuntes aburridos, que no soy capaz de soportar otra clase para gilipollas. Mi madre me ha gritado, me ha dicho que nunca seré nada en la vida, que no cuente con ella para nada. No puede entender, me repetía a mí misma. Luego ha seguido hablando pero yo he dejado el teléfono encima de la cama un rato. Oía su voz como si saliera de una lata de sardinas. No obstante, alguna frase me ha llegado: Diana, no vas a ningún sitio sin un título, siempre dejas todo lo que empiezas, si dejas la carrera olvídate de ver un duro de tu familia. He vuelto a coger el teléfono. Le he dicho que no quería seguir dependiendo de ella. Eso la ha molestado aún más. Le he dicho, quiero que cortes la línea de teléfono. No quiero tener móvil. Y entonces se ha puesto a llorar. Me ha dicho que cómo íbamos a hablar entonces, que si estaba loca, y algunas cosas más que prefiero no poner por escrito.

Después he ido hasta la habitación de mi compañero de piso y le he dicho que había dejado la universidad y que si me daba trabajo. Me ha dicho que seguramente pueda incorporarme en su bar, pero que antes tenía que hablar con su socio. Después he ido hacia el baño, me he mirado al espejo y sentido menos desprecio por mí misma. Y mientras me duchaba me sentía libre. Me enjabonaba el pelo y pensaba, Ahora tendré tiempo para leer lo que me dé la gana, no tendré que volver a opinar sobre las obras de Kafka. Nadie tendría que opinar sobre las obras de Kafka porque las obras de Kafka hablan por sí solas. Nada más que añadir, nada más que añadir, gilipollas de los cojones que opináis sobre Kafka, y sobre Onetti, y que hacéis artículos sobre Onetti, sobre Kafka, y pensáis que gracias a vuestros artículos la gente, el ciudadano de a pie, entiende a Kafka y que por ello sois necesarios. ¡Mentira!, Nadie os ha encomendado el oficio de emisarios del buen jucio, de la razón, ¡farsantes!,¡Necrófagos!, que vivís de las obras de los muertos. No volveré a hacer un examen. Nunca. Es curioso, pero en la ducha tengo las mejores ideas. En la ducha los pensamientos fluyen con una velocidad que a veces me asusta. Después me he secado el pelo y me he maquillado un poco, no mucho, porque he pensado que quizá ese fuese el último frasquito de maquillaje de mi vida, que posiblemente tendría que aprender a prescindir de todas esas cosas, que a partir de ese momento sería pobre. Luego me he ido a hacer la compra.

En el supermercado he elegido los productos más baratos. He comprado atún en oferta, arroz blanco, leche, pan tostado de ese que el envase delata como de mala calidad pero que viene empaquetado en cantidades industriales, tomate frito y un paquete enorme de macarrones. Luego he comprado un huevo kinder para R. porque un día me contó que de pequeño hacía colección de los muñecos que vienen dentro del huevo. He dudado porque eran 89 céntimos. Colocan las cosas de chocolate al lado de las cajas registradoras para que te lo pienses un poco pero no demasiado. Estás presionado; uno bajo presión tiende a no enfrentarse racionalmente al chocolate, así que termina llevándose algo. Luego caminaba hacia casa muy orgullosa de mí misma, con Rackoner de Radiohead en mi Ipod, hasta que una chica me ha parado para preguntarme algo. Me he quitado los cascos en el punto álgido de la canción. ¿Un supermercado? Parecía tener acento español, no obstante, la he respondido en italiano porque no estaba segura, y porque si la respondía en español y resultaba ser española, estaría obligada a ser más precisa, y por tanto a perder más tiempo. “Un poco más adelante, pasas el puente, la primera a la izquierda”, le explico velozmente. Y la chica me ha mirado confusa y me ha dicho muchas gracias con acento español. Se va a perder, he pensado. En Venecia es difícil no perderse. ¿Quién coño te crees que eres? ¿Qué importancia tiene perder dos minutos de tu tiempo ahora que no eres nada en la vida? Así que he dado media vuelta y he seguido a la chica. Cuando la he alcanzado se ha asustado un poco al verme. Después me miraba sorprendida mientras yo le explicaba en español cómo coño llegar al supermercado. No seré como vosotros, sucios y miserables aprovechadores del tiempo, y he llegado al portal encantada con mi existencia.

En casa he saludado muy contenta a mi compañera de piso que lavaba los platos en la cocina. Ella no me ha correspondido con la misma efusividad. Parecía enfadada. Le he dicho, hace mucho frío fuera, y ella me ha contestado con un monosílabo. He dejado la compra en el suelo, dentro de su bolsa para colocarla luego, cuando ella no estuviera allí, y en el momento en el que me disponía a salir de la cocina, me ha dicho que había una carta encima de la mesa desde hacía una semana, y que ninguno se había molestado en mirarla. Le he preguntado qué era. Me ha dicho que se trataba de la factura del gas, que ni mi compañero de piso ni yo habíamos pagado aún. Estaba cada vez más enfadada. Perdona, no tenía ni idea. Mañana lo pago, ¿cuánto es?, respondo dócilmente. Ella, sin darme apenas tiempo para acabar la frase me ha mirado orgullosa y me ha dicho con media sonrisa llena de maldad: son ciento ocho euros. Me he quedado mirándola durante un instante sin entender. He dicho, si, pero ¿cuánto tenemos que pagar cada uno?, y ella, con la misma sonrisa de hija de puta reprimida, ha contestado: ciento ocho euros. Luego me ha contado que era la factura de todo el invierno, que aquí es mas caro que en España, y yo, mientras decía todo esto, la miraba sin comprender muy bien cómo era posible que la calefacción costase tanto dinero. Bueno, no te preocupes, lo pagaré mañana, le he dicho para concluir. Y entonces ella, con rabia contenida, ha comenzado a despotricar contra mi compañero de piso, y a decir que si no dábamos puntualmente el dinero, nos pondrían una multa por incumplir los pagos, que ella lo había hecho hace tiempo y no entendía porque nosotros dos ni siquiera habíamos mirado la carta. Porque tengo otras cosas mejores que hacer, porque tengo una vida, no como tú, fea, hija de puta, que no sales de casa y no follas porque eres fea, me han dictado mis pensamientos. Sin embargo, le he dicho en tono amigable, no te enfades, mujer, la vida no se acaba por una factura del gas. Eso la ha enfadado aún más. Entonces he comprendido que sería mejor largarme de allí, y no volver a dirigirle la palabra. He dejado la compra en el suelo y me he metido en mi habitación, pensando en cómo coño voy a pagar ciento ocho euros y no morir de hambre este mes. Tranquila, Diana, no puedes morir de hambre, tienes amigos, tienes gente que te quiere y no dejará que mueras.

Y después, en mi cuarto, he pensado que todo el mundo parece haber encontrado su sitio en el sofá, mientras que yo sin embargo, he llegado a casa y no tengo un lugar donde sentarme. Y luego me he dicho a mí misma que no tengo ningún inconveniente en pasar de pie el resto de mi vida. De pie, escupiendo en sus caras de culos acomodados.

10 comentarios:

Anónimo dijo...

Me voy a atrever opinar, sin pedir permiso, ni nada aún a riesgo de salir escaldado. Tener todo el tiempo del mundo para leer a Kafka, Onetti, Faulkner, Alberto Olmos o Rafael Reig me parece altamente peligroso. Es peligroso, en general, tener todo el tiempo del mundo. Es necesario un algo que lo marque, que le de forma, aunque sean unas clases que faltar, que al menos crean un miércoles 'festivo', que hace que en ese miércoles 'festivo' nos sintamos menos culpables.

Maldita generación ochentera de la productividad y suputamadre. Ir hacia algún lado, rentabilizar los tiempos, todos los profesores son gilipollas y todas las clases aburridas. Mierdismo, a eso lo llaman mierdismo, y es una mierda.

La mierda está ahí fuera, y no en los canales ni en las clases de Filología hispánica o romana. La vida es larga y el mejor acierto es ir equivocándose poco a poco y enderezar también poco a poco. Y que los ciento ocho euros los pague tu madre, que para eso están las madres, coño.

ruido perro dijo...

No podría estar más de acuerdo contigo sobre la necrofagia.

Es bueno tenerte de vuelta.

Anónimo dijo...

Puedes dejar la carrera cuando la termines.
Piensa en todos los gilipollas que no vas a conocer si la dejas ahora.
Toda esa gente inspiradora.
Terminar una carrera nunca destrozo la vida a nadie, que yo sepa.


Pero por otro lado, si crees que ir a clase te esta destruyendo, si te duele el estomago cada vez que vas a clase, si no llegas a ninguna conclusion interesante despues de leer los libros que has de leerte, si los profesores son unos incompetentes arrogantes, entonces dejala.


Joder, por me da por darte putos consejos. No soy tu madre ni tu amiga.

Bonne chance.

Anónimo dijo...

para empezar, y solo es preparatorio

Ayer por la noche me quedé en casa. Una canción de Extremoduro, Dulce introducción al caos, se llama. El disco lo descubrí ayer, así que no pude salir de casa.

Mi compañera de piso comía pizza y escarbaba entre las ruinas de Facebook buscando un contrafuerte para su iglesia tambaleante. La música muy alta. Muy alta, en mis cascos.
Mi vida debe ser un exceso, y yo me vendo solo por un beso.¿Qué voy a hacer, si vivo a cada hora esclavo de la intensidad? Escuché cada canción unas doscientas veces. Pasaron por la cocina todos los habitantes de esta casa y yo seguía allí, escuchando.
La mañana, después de haber dormido un par de horas, he tomado la decisión de dejar la universidad. Me he levantado, he hecho café, he pensado en el fraude que soy, y he decidido dejar la carrera. Es una carrera para gilipollas, pensaba mientras echaba la leche en la taza, ahí solo puedes morir. Y entonces he decido dejarla.

Luego le he comunicado la noticia a mi madre. No ha sido fácil.

Le he explicado que seguir estudiando significaba la muerte de mi espíritu, que no podía estudiar esos apuntes aburridos, que no soy capaz de soportar otra clase para gilipollas. Oía su voz como si saliera de una lata de sardinas. No obstante, alguna frase me ha llegado: Diana, no vas a ningún sitio sin un título, siempre dejas todo lo que empiezas, si dejas la carrera olvídate de ver un duro de tu familia. Cuando le he dicho que quiero que corte la línea de teléfono y que no quiero tener mas el móvil, entonces se ha puesto a llorar.

(...) Mi compañero de piso tal vez pueda incorporarme en su bar. Se lo he pedido y hablara' con su socio.

Mientras me duchaba me sentía libre. Me enjabonaba el pelo y pensaba, Ahora tendré tiempo para leer lo que me dé la gana, no tendré que volver a opinar sobre las obras de Kafka. Nadie tendría que opinar sobre las obras de Kafka porque las obras de Kafka hablan por sí solas. Gilipollas de los cojones que opináis sobre Kafka, y sobre Onetti, y que hacéis artículos sobre Onetti, sobre Kafka, y pensáis que gracias a vuestros artículos la gente, el ciudadano de a pie, entiende a Kafka y que por ello sois necesarios. No volveré a hacer un examen. Nunca.
Tal vez.

Es curioso, pero en la ducha tengo las mejores ideas. En la ducha los pensamientos fluyen con una velocidad que a veces me asusta. Después me he secado el pelo y me he maquillado un poco, no mucho, porque he pensado que quizá ese fuese el último frasquito de maquillaje de mi vida. Luego me he ido a hacer la compra.

He comprado atún en oferta, arroz blanco, leche, pan tostado de ese que el envase delata como de mala calidad pero que viene empaquetado en cantidades industriales, tomate frito y un paquete enorme de macarrones. Luego he comprado un huevo kinder para R. porque un día me contó que de pequeño hacía colección de los muñecos que vienen dentro del huevo. 89 céntimos.
Colocan las cosas de chocolate al lado de las cajas registradoras para que te lo pienses un poco pero no demasiado. Estás presionado; uno bajo presión tiende a no enfrentarse racionalmente al chocolate, así que termina llevándose algo.

Caminando hacia casa muy orgullosa de mí misma, con Rackoner de Radiohead en mi Ipod, una chica me ha parado. Me he quitado los cascos en el punto álgido de la canción. ¿Un supermercado? Parecía tener acento español, no obstante, la he respondido en italiano porque no estaba segura, y porque si la respondía en español y resultaba ser española, habria estado obligada a ser más precisa, y por tanto a perder más tiempo.
Se va a perder, he pensado luego. En Venecia es difícil no perderse. ¿Quién coño te crees que eres? Así que he dado media vuelta. Cuando la he alcanzado se ha asustado un poco al verme.
No seré como vosotros, sucios y miserables aprovechadores del tiempo. He llegado al portal encantada con mi existencia.

Mi compañera estaba en la cocina, lavando a los platos. He dejado la compra en el suelo, dentro de su bolsa para colocarla luego, cuando ella no estuviera allí, pero en el momento en el que me disponía a salir de la cocina, me ha dicho que había una carta encima de la mesa desde hacía una semana, y que ninguno se había molestado en mirarla. Le he preguntado qué era. Una factura del gas, que ni mi compañero de piso ni yo habíamos pagado aún. Pero ¿cuánto tenemos que pagar cada uno?, y ella, con sonrisa de hija de puta reprimida, ha contestado: ciento ocho euros. Era la factura de todo el invierno, aquí es mas caro que en España, y mientras decía todo esto, yo la miraba sin comprender muy bien cómo era posible que la calefacción costase tanto dinero. Bueno, no te preocupes, lo pagaré mañana, le he dicho para concluir. Y entonces ella, con rabia contenida, ha comenzado a despotricar contra mi compañero de piso, ella lo había hecho hace tiempo y no entendía porque nosotros dos ni siquiera habíamos mirado la carta. Porque tengo otras cosas mejores que hacer, porque tengo una vida, no como tú, fea, hija de puta, que no sales de casa y no follas porque eres fea. Sin embargo, le he dicho en tono amigable, no te enfades, mujer, la vida no se acaba por una factura del gas. Eso la ha enfadado aún más.
Me he metido en mi habitación, pensando en cómo coño voy a pagar ciento ocho euros y no morir de hambre este mes. Tranquila, Diana, no puedes morir de hambre, tienes amigos, tienes gente que te quiere y no dejará que mueras.

Y después, en mi cuarto, he pensado que todo el mundo parece haber encontrado su sitio en el sofá, mientras que yo sin embargo, he llegado a casa y no tengo un lugar donde sentarme. Y luego me he dicho a mí misma que no tengo ningún inconveniente en pasar de pie el resto de mi vida. De pie, escupiendo en sus caras de culos acomodados.

Diana dijo...

¿Has escrito todo eso de memoria?

Libre dijo...

"Me quedé en la cocina, con los cascos puestos, embriagada de autenticidad"
Vaya con Extremoduro, ahora resulta que tienen poderes.

Diana dijo...

¿Contesto?, ¿No contesto?

Contesto:

Arnold, querido, escribes con resentimiento porque me hizo gracia un comentario en el que se te invitaba a lamer los genitales de otro señor. Eres un concepto, me da igual tu persona.

Un poco de profesionalidad, por Dios.

Anónimo dijo...

no, son 426 palabras menos- 4 2 6

Anónimo dijo...

Con dos huevos!

Lo que hay fuera de la facultad puede ser aun peor que lo que hay dentro....pero es mas real,sin duda.

Despistao.

Anónimo dijo...

no es mi intencion ser pedante, entenderas.
el calculo era aproximativo. con exactitud son:
472 palabras menos
2148 caracteres menos
26 lineas menos

y debo decir que tocando la elaboracion, cuanto a contenido, o sea reformulandolo con mas plenitud y claridad podrias sencillamente llegar al doble de estos valores, sin por supuesto perder absolutamente nada de lo que te proponias comunicar y representar

con esto no quiero quitar nada al valor en cuanto tal de tu relato y al valor en cuanto tal de tu expresion

aprendas (como todos) que escribir, como toda arte, solo en ultimo es acto mecanico (como lo de pulsar botones, o picar cuerdas).

entenderas que tengo estima (discreta) por tu escritura, principalmente para la actitud con la cual la abordas.

cuanto a los contenidos, nena de mi corazon*, depende de donde te quieras clasificar, entre relatos de costumbre de una venteiñera agresiva/compulsiva, dotada de cierta finura de inteligencia, o entre los "originales".
esta muy bien que hables con sinceridad de tu experiencia, sin juzgarla antes
el tema sexo merece ser bien tratado, y tu punto de vista es interesante. pienso se lo deba desarrollarlo.
te dire cosas

para terminar este apasionado comentario, de buen animo cuanto mas puedas apreciar, quiero decirte un secreto.
una palabra mia, con modestia, te vale un hora de curso, y diez de vida.
a mi personalmente mas bien interesa la vida, porque de esa vien todo