Son las seis de la tarde. Llevo todo el día encerrada en casa. Las seis es siempre la hora en la que tienes que empezar a decidir qué quieres hacer con tu día, si quieres salir o si te quedarás otro día más en casa leyendo o escribiendo como si tuvieras ochenta años. No creo que me venga bien otro día más aquí dentro. Decido. Llamo. Elena contesta. Elena es la típica persona que siempre te imaginas fuera de casa, en el cine, en el teatro, en cualquier sitio pero fuera de casa. Yo, supongo, soy de las personas que uno imagina siempre dentro. Llevamos tiempo sin hablar. Me pregunta qué tal, me es difícil darle una respuesta concluyente. Estoy en la biblioteca, me informa, ¿Te apetece venir al cine esta noche? Dudo. Elena es de esas que se traga todo lo que le echen así que me arriesgo a pasar hora y media de verdadero infierno. Además siempre va a todas partes con su novio, y su novio me aburre profundamente. ¿Qué ponen? No sé, me responde, eso lo decidimos luego. Viene también mi amigo Lorenzo, el fotógrafo, ¿Te acuerdas de él? Sorpresa. Luz en la oscuridad. Lorenzo, claro que me acuerdo de Lorenzo. Lorenzo es un tío que está muy bueno, Lorenzo el guapo, Lorenzo el intelectual. Si, si me acuerdo, respondo fingiendo normalidad. ¿A qué hora te parece que quedemos?
Salgo de casa buscando una canción que me conmueva hasta el llanto para enfrentarme a los canales venecianos como es debido. Janis Joplin, Jeff Buckey…Menuda mierda. ¿Por qué coño no descargo cosas que me apetezca escuchar? La mitad de los grupos y cantantes que tengo aquí dentro están ahí por si alguien, algún día, coge mi Ipod e inspecciona mi música. Nadie va a hacer eso. El Ipod es mío, lo veo solo yo. ¿Qué sentido tiene? Llego al ponte delle guglie, llego a la letra V de mi Ipod. Vetusta Morla. ¿Cuándo coño he descargado yo ésto? Meto una canción mientras observo las luces de las casas reflejadas en el agua. “Y respirar tan fuerte que se rompa el aire, aunque esta vez, si no respiro es por no ahogarme…” Qué tristeza. Sigo caminando. Miro la hora en el móvil. Llego tarde, siempre llego tarde a todas partes.
Quince minutos más tarde presiono a Elena en la puerta del cine para que entremos a ver Revolutionary Road. Me apetece. Me apetece mucho. No pienso entrar a otra. Elena quiere ver una de un señor italiano sobre el cual no tengo ninguna referencia, pero por el hecho de que es un director italiano, intuyo el pastel, anticipo en mi cabeza los aburridos diálogos sobre el destino de las almas que intentan emular el cine de Bergman. Entraré sola si hace falta. Sin embargo, le digo, bueno, a mí en realidad me da igual, pero he oído muy buenas críticas. Mentira. Es del director de American Beauty, le digo creyendo darle razones de peso. Elena me dice que no la ha visto. ¿Cómo que no la has visto? Le pregunto. Elena estudia cine. Sueña con escribir guiones, quiere hacer películas. No tienes sangre, no tienes instinto, le digo mentalmente. Pero va mucho al cine. Quiero decir, seguramente vea dos o tres películas al día. No digiere nada, por supuesto. Lo hace solo para estar a la altura, para poder decir sí, cuando le preguntan si ha visto tal o cual película. Para rellenar formulario. Cuando estamos a punto de decidir, veo aparecer a Lorenzo. Sombrero negro, abrigo negro, intelectual veneciano con la cámara al hombro. Elena y el se abrazan. A mí me da dos besos. Empiezan a hablar, a contarse qué han hecho durante la semana. La película empieza dentro de diez minutos y yo comienzo a impacientarme. Decido interrumpir la conversación. Propongo de nuevo entrar a Revolutionary Road, obviando la posibilidad de entrar a ver la bazofia italiana. Se miran entre ellos. Me miran. Lorenzo dice que le da igual. Qué guapo eres, pienso. Elena, finalmente, dice que a ella también. Entramos.
Entro en la sala con miedo. Ahora siento una gran responsabilidad. Si la película es una mierda la culpa será mía. Si la película es una mierda puede que en el futuro no pueda follarme a Lorenzo. El futuro siempre depende de estas pequeñas decisiones. La disposición de los asientos es la siguiente: Lorenzo en el extremo, Elena en el medio, y yo en la silla que queda libre, junto a un señor con gafas y aspecto enfermizo. Me siento y maldigo para mis adentros. Antes de que empiece la película hablan entre ellos. Elena está girada, de tal modo que veo solamente su nuca y no puedo meter baza en la conversación. Se apagan las luces. Por favor, Sam Mendes, no me la juegues, por favor…
Dos horas más tardes, las luces vuelven a encenderse. He disfrutado, he sufrido mucho, por lo tanto, he disfrutado. Me gustan las películas que me hacen sufrir. Dos horas de placentera tortura. Incluso he llorado un poco en la escena en la que Kate Winslet baila con el tipo que después se folla. Cuánta soledad. Miro a Lorenzo y a Elena. No descifro ninguna emoción evidente en sus caras. No me atrevo a preguntar. Lorenzo dice, bueno. ¿Bueno? La película tiene sus fallos, hay momentos y personajes que eliminaría, pero no es una película de “bueno”, es una película de “joder”. Elena no se manifiesta ni en contra ni a favor. Están un poco turbados. Salimos. Enciendo un cigarro. Deberían dejar fumar en los cines. Me paso la película entera deseando los cigarros de los actores. Lorenzo no fuma. Elena tampoco. Lo sé, y sin embargo ofrezco igualmente. Rechazan el ofrecimiento. Siento la tristeza expandirse dentro. La película me ha destrozado. Lorenzo comenta algo sobre la fotografía y luego sobre el guión. Elena le mira extasiada. No entiendo su amistad. Quiero decir, él es consciente de su superioridad intelectual sobre ella, y sin embargo escucha atento sus opiniones, incluso sus comentarios gilipollas sobre las cosas. Hablan. Yo fumo. Después caminamos hacia casa. Acompañamos a Elena a la suya y nos despedimos. Tardan como media hora en despedirse. Tengo frío. Hablan sobre un corto que quieren hacer juntos, un proyecto que al parecer se pensó hace tiempo. Cuando terminan, Elena me dice que se alegra mucho de haberme visto, que tengo que salir más. Me abraza. Lorenzo me pregunta hacia dónde voy. Le digo que hacia la estación. Yo también voy para allá, así que te acompaño un poco, me dice serio. Es un chico muy serio. Creo que le he visto reírse dos veces, y las dos veces se reía de cosas que no tenían ninguna gracia. El resto del tiempo solamente sonríe. Se despiden con un largo abrazo y quedan para verse al día siguiente. No entiendo nada.
Más tarde Lorenzo y yo caminamos hacia la estación en silencio, un silencio que empieza a ser incómodo. De repente él me pregunta si sigo escribiendo, Elena le ha debido comentar algo. Le respondo que si. Hablamos un poco sobre literatura. Uno de sus libros preferidos es 2666, de Roberto Bolaño. Antes solo lo intuía, ahora me hago inmediatamente una idea de la clase persona que es. Me habla también de Amelie Nothomb. Lo clasifica como literatura punk. Menudo montón de mierda, pienso. El mundo actual está lleno de pardillos que consideran punk a Amelie Nothomb, y yo tengo siempre que encontrarme con ellos. Para seguir con el tema de los oficios le pregunto cómo va el asunto de la fotografía. No tengo ni idea de qué fotografías hace, no he visto ninguna. Me cuenta que ha conseguido vender algunas, que está dedicándose plenamente a eso en este momento. Pásate por mi estudio un día de estos, me propone. Sonrío. Le digo que si, que me gustaría.
Cuando llegamos a mi casa se despide de mí dándome dos besos. Vente esta semana, te enseño lo último que he hecho. Me indica la dirección, cerca de la plaza de San Marcos. Espero encontrarlo, le digo. Y sonrío de nuevo entrando en mi portal. Hasta luego. Hasta luego, respondo, contenta de estar por fin en casa.
Cita en Malasaña.
Hace 9 años
4 comentarios:
Sobre tu sinceridad Ipodiana, qué desolación. Poca gente en el planeta que posea un Ipod es verdaderamente consciente de la gran cantidad de mierda que ha acumulado en tan poco espacio. De todos modos, opino (de que), hay que tener cuidado con esas cosas. Puede que un día alguien te coja de verdad el reproductor y empiece hacerte preguntas. Yo de ti iría documentándome ya.
Y sobre rellenar formularios... Creo que hay tendencias dentro de la estulticia humana más valiosas que otras. Entre peli y peli seguramente tu amiga retenga algún tipo de sedimento cultural aún invisible, así que, no es tan grave. Aunque si no tiene filtros cualitativos, puede que sí... En fin.
El problema es que ya me documenté en su día. No sé qué coño hacer con toda esta información.
Nada.
NADA.
A mí también me partió en dos esa película, me da que tus colegas son un poco snobs. Por cierto, si yo paseara por Venecia y estuviera de buenas, en mi Ipod sonaría Starlings, de Elbow, y si estuviera de malas, la Ritournelle, de Sebastien Tellier.
No me queda claro si el hecho de que al fotógrafo le guste 2666 es malo o bueno.
Joder Ruidoperro, pues mira que eres espeso, majo (y deja la escritura, por favor, por ti y para prevenir espasmos a tus lectores).
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