miércoles, 4 de febrero de 2009

Las reglas del juego

Me levanto temprano. Habré dormido unas tres horas. Ayer quise estar despierta hasta tarde e hice esclavo a R de mi voluntad. Le presioné. Quiero decir, cuando él cerraba los ojos buscando conciliar el sueño, yo le tocaba la polla por debajo de las sábanas. Después él me buscaba, intentando follar, y así, supongo, dejarme relajada y tranquila para poder al fin dormir, sin embargo yo rehuía sus caricias cuando se acercaban demasiado a mi coño, a mis tetas, y comenzaba a hablarle sobre cualquier tema.

Esta mañana me siento mal porque el despertador suena temprano y R tiene que ir hasta Padua para hablar con una profesora de la facultad. Ha dormido poco y la culpa es mía, así que me despierto con él como muestra de solidaridad. Le hago el desayuno mientras él se ducha. El desayuno quiere decir “ayer te jodí, hoy me jodo yo”, o puede que simplemente signifique el derecho de volver a dormir en su casa otro día. Después él se va, y yo me quedo recogiendo la cocina. Las relaciones personales también son aceptar unas reglas del juego.

Después me lanzo a la calle. Hace sol. Mi objetivo de la mañana es encontrar un trabajo. Camino por las calles llena de una alegría extraña mientras en mi Ipod suena Sweet Nothin's de Brenda Lee. Miro las caras de la gente. Todos parecen tener trabajo, o por lo menos haberlo tenido. Yo no tengo trabajo, tengo que buscarlo. Recorro las calles, subo los puentes, atravieso las plazas buscando librerías. Encuentro una. Entro. Una rubia teñida me recibe con una sonrisa. Estoy buscando trabajo, le digo sonriendo yo también. Me responde que de momento no necesitan a nadie, que puedo dejar mi curriculum y que ya me llamarán. Le digo, gracias, hasta luego, y salgo de allí.

Llego hasta el puente de Rialto, la zona más turística. La calle está llena de puestos de objetos inservibles como máscaras venecianas falsas, llaveros, camisetas en las que puede leerse Ciao bella, jarrones de cristal de Murano en realidad fabricado por chinos, etc. Llego al final de la calle, y antes de llegar al puente diviso un gondolero que saluda a los turistas ofreciendo un paseo en góndola por el módico precio de ochenta euros. Al llegar al puente le miro. Me mira. Es guapo. Está muy bueno. Me lo follaría inmediatamente, pienso. Deja de mirarme y vuelve a entonar la cantinela para atraer a los turistas. Paso el puente y me doy la vuelta con la esperanza de que sea uno de esos chicos tímidos que no encaran las situaciones de frente. Le veo hablar con una pareja muy rubia, de espaldas a mí.

Al final de la calle doy con otra librería. Entro. Esta vez encuentro a un chico etiquetando libros con pocas ganas de ser molestado. Le explico que busco trabajo. Me responde cansado que, si quiero, deje mi curriculum pero que no albergue esperanzas porque a lo sumo pasará a formar parte de una enorme montaña de curriculums. Estupendo. Salgo de nuevo a la calle. Maldita sea, quiero trabajar. En el bar de mi compañero de piso voy a cobrar muy poco, y tendré que ver continuamente parejas comer, cenar, algo que no soporto. Quiero trabajar rodeada de libros. Cuidaría y amaría esos libros. ¡Sé más de libros que ninguno, joder! Sería como el ayudante del frutero de Amelie, que acariciaba las endivias como si tuvieran vida. Besaría cada página de esos libros que han sido mi única familia. Pero mi currículum no dice nada de mi amor por los libros. Dice, estudiante de filología, dice, prácticas en un periódico, pero no dice nada de las endivias, de mi pasión por los objetos con vida. Solo soy un papel en una montaña de papeles. Suena otra vez la misma canción. Como soy una persona obsesiva muchas veces escucho la misma canción sin parar. Quemo las canciones hasta que me dan asco. Entonces cambio. Sigue sonando la misma mientras yo voy cambiando de barrio, cantando a veces, diciéndome a mí misma que el desánimo no podrá conmigo. Es el primer día que sales a buscar trabajo, no puedes encontrar tan pronto lo que quieres. Y continúo abriendo y cerrando puertas cada vez más cansada de recibir únicamente negativas como respuesta. Me siento como una prostituta en busca de clientes. Soy una puta, me digo, soy una puta pero lo hago por un buen fin.

Siento cansancio físico. He caminado toda la mañana. Me digo que quizá pueda seguir, que no estoy tan cansada, que el problema es que nunca me muevo, pero de repente empiezo a sentir un fuerte dolor en el hígado. Hace poco tuve que ir al hospital por el mismo problema. Estoy muriéndome, pienso, pero sigo caminando. Llego hasta la plaza de Santa Margherita y decido sentarme un banco al sol. Me duele mucho al respirar. Me duele mucho al moverme. Pinchazos en el hígado, algo está perforado aquí dentro. Me da la tos. Me duele increíblemente cuando toso. La gente me mira. Enfrente de mí hay un puesto de pescado y las gaviotas revolotean alrededor. Alguien tira una cabeza de pescado. Las gaviotas vuelan desesperadamente tras ella haciendo el ruido que hacen las gaviotas. El dolor pasa un poco cuando estoy sentada. Respiro hondo. Está pasando. Saco mi libro. Juventud, de Coetzee. No me gusta, pero en la vida también se aprende por contraste, así que lo leo atenta. Después de un rato empiezo a sentir frío y hambre, así que me levanto y entro en una pizzería cercana. Me duele otra vez, el dolor sube hasta el cuello y baja por la pierna. Compro un trozo de pizza. Dos euros. No debería gastar dinero, me digo, y salgo de allí con mi pizza en la mano, pensando que soy un papel entre papeles, una puta más detrás de una cabeza de pescado. Tarde o temprano el dolor pasará, pienso, y camino despacio y encorvada hacia mi casa

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Juventud está muy bien.

Diana dijo...

Juventud, divino tesoro...

Me temo que Coetzee es un señor muy serio.

Anónimo dijo...

roarr

Violeta dijo...

Creo que te vendrá bien una temporada trabajando. Seguramente cuando lo hagas descubras que ir a la universidad no es una actividad tan insulsa como creías y también que los mayores gilipollas que te puedes encontrar no están en las facultades, aunque parezca increíble.

Anónimo dijo...

la unica cosa buena de la juventud es la forma fisica -hic mihi- son el aspecto exterior y normalmente el estado de salud.
por lo demas son mejores y mas desables condiciones o la niñes o la madurez o la vejez.

el hecho que se la celebre tanto -desde un tiempillo, en nuestro contexto- corresponde efectivamente a dos ordenes de factores.
primero, que sobre los asi llamados "jovenes" (jovenes occidentales, por supuesto) se haga toda clase de comercio y negocio, en cuanto principales consumidores.
en segundo lugar porque los que deberian ser adultos -cosa que biologicamente en nuestra especie ocurre sobre los 17-18 años (ponemos 25, considerando las necesidades de formacion cultural y social), no hubiendo estos "adultos" alcanzado una efectiva madurez, moral, humana o intelectual o comportamental, añoran esa condicion (impropiamente llamada "joventud") en la cual la propia tonteria es tolerada y suportada por toda clase de excusa improbable.
en efecto ser jovenes significa principalmente ser inexpertos, impreparados, ignorantes.
es una condicion incomoda, de la cual yo creo sea posible y necesario salir.

lo ideal? Pienso que el ideal seria tener lo que se tiene como personas a los 80 años, en un cuerpo de 25. Y se puede? Si, se puede. Esos no son mas que numeros.
Aprendiendo en su momento.