jueves, 12 de febrero de 2009

Tenía pensado levantarme temprano hoy, pero la alarma ha sonado, y yo, o más bien el otro yo, la Diana que quería dormir, todavía inconsciente, ha decidido apagarla y seguir durmiendo, mientras la otra Diana, la Diana que quería levantarse pronto para salir a pasear, para salir a la calle y leer en los bancos de las plazas, no ha podido hacer nada por evitarlo, no ha podido imponer la actividad frente a la pasividad, y entonces todas hemos seguido durmiendo entre las mantas.

Cuando he conseguido salir era bastante tarde. Digamos que después de la lucha diaria en el baño, lucha en la que temo que cualquier pensamiento se interponga entre mis propósitos, eran más o menos las doce del mediodía. Esa lucha es una constante en mi vida porque siempre temo que cualquier detalle arruine mi sistema. Y a veces no es suficiente con aniquilar el propio cerebro, cosas de ahí fuera, cosas que la gente dice o hace, pueden provocar que todas mis convicciones se tambaleen y, por ejemplo, decida que el hecho de dejar la universidad y dedicarme a escribir, es una gilipollez absoluta, y que lo que debería hacer sería estudiar y convertirme en una persona de bien. Pero la ducha y el proceso de restauración frente al espejo no han podido conmigo; he seguido pensando que saldría a leer para después entrar a escribir. Y lo he hecho.

Mi idea inicial era caminar hasta el barrio judío, una plaza tranquila en la que recuerdo unos bancos donde podré leer y observar. Me ha costado encontrarlo. He caminado bordeando el canal por una calle sin encontrar el soto pórtico que llevaba al ghetto, siguiendo con los ojos las gaviotas planear por encima de los barcos. He tenido que preguntar a un señor cómo llegar. Una vez allí, me he sentado en un banco de piedra. Frío, incómodo. Un banco que no invitaba a la lectura. La plaza vacía, solamente un chico y dos perros jugando entre ellos. Silencio. Me he fumado un cigarro, he abierto un libro de Pessoa, pero el banco era como de adorno y he sentido la plaza como un lugar demasiado cerrado, demasiado vacío. Aún así he conseguido leer un par de páginas. Sin tragar el humo de la última calada del cigarro, me he levantado y he empezado a caminar sin rumbo. Es difícil encontrar un lugar en el que estar verdaderamente a gusto, que los lugares en los que pensabas al principio no te decepcionen. He continuado andando por una calle larga, siguiendo el canal. Al final he encontrado un puente, y detrás del puente, doblando la esquina, el mar. Dos bancos de madera frente al mar abierto, desde los que se podían ver las montañas azules con nieve en la cima, como dibujadas en el horizonte. Me he sentado en uno de ellos. Cómodo, uno de esos bancos que acogen los cuerpos. Después he leído durante al menos una hora, mirando de vez en cuando los barcos que pasaban frente a las montañas, sin sentir verdaderamente toda esa belleza como un consuelo. He sentido frío y me he ido de allí. Luego más calles, más ropa tendida en las ventanas y de repente me he acordado de que tenía que comprar detergente. No es fácil encontrar los supermercados en esta ciudad, no es fácil encontrar nada, así que he seguido caminando sin tomar direcciones concretas. Después de leer todo aquello sentía menos caos en mi mente, como si leer significase poner en orden pensamientos que antes eran solamente eran un amasijo de ideas inconexas, Leer, salir de dudas, leer, reafirmar, reafirmarse. Muchos, supongo, escriben cuando se han reafirmado, cuando las voces de tantos autores les han dado las pautas del baile, un, dos, un dos, pero yo creo que quiero seguir dudando antes de llegar a saber las cosas de forma más concreta. Escribir con dudas, escribir, dudar. La pureza del que no sabe bien qué sabe, del que baila sin conocer los pasos.

He llegado a una iglesia donde algunos turistas ojeaban sus guías y contemplaban inmóviles el monumento. El proceso que siguen es el siguiente: caminan hasta encontrar una montaña de piedras que parezca lo suficientemente vieja y piensan, esto debe de ser importante, y lo buscan en sus guías para turistas. He pasado la iglesia sorteando mochileros con sombrero y gafas de sol, hasta llegar a otra plaza, un, dos, un dos, dejando que mis pies me llevasen. Me gustaría vivir así toda la vida, sin guías para turistas, solamente con mis pies y mi instinto, sin discotecas, sin fiestas Erasmus, sin manifestaciones, sin cenas de empresa, exámenes funerales o museos.
Después he dado con una placita con una fuente, he bebido agua, y he seguido hacia delante, con muchas imágines detrás de los ojos, como un carrete completo, y la última calle me ha llevado casualmente hasta Strada Nuova, junto al supermercado, donde una cajera gorda ha confundido mi compra y la de una china que estaba detrás de mí y que no ha sido capaz de poner la barrita de hierro de cliente siguiente, no, oye, esto no es mío, es de la puta china imbécil sin cerebro, he pensado, pero he dicho solamente, no, perdona, esto no es mío, y al final la gorda ha conseguido cobrarme únicamente lo que era mío y no todo el supermercado.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Bien por la gorda. La descripción del comportamiento de esos turistas me ha hecho reír. Y no me refiero a una sonrisita muda. Sé que probablemente no lo pretendías, pero te lo cuento igual.

Por cierto, me da que la huida del país y la posterior decisión de mandar a tomar por culo el birrete te han sentado bien. Aunque tú ahora estés jodida.

Anónimo dijo...

Tenía pensado levantarme temprano hoy, pero cuando la alarma ha sonado, Diana ha decidido apagarla. No he podido hacer nada por evitarlo, no he podido imponer la actividad frente a la pasividad, y entonces hemos seguido durmiendo entre las mantas.
Diana y yo.

La lucha diaria en el baño fue a las doce del mediodía. (Es una constante en mi vida, siempre temo que cualquier detalle arruine mi sistema. Y a veces no es suficiente con aniquilar el propio cerebro, cosas de ahí fuera, cosas que la gente dice o hace, pueden provocar que todas mis convicciones se tambaleen y, por ejemplo, decida que el hecho de dejar la universidad y dedicarme a escribir, es una gilipollez absoluta, y que lo que debería hacer sería estudiar y convertirme en una persona de bien). [Nota: es bastante que des los examenes, no debes necesariamente ir a la Uni].
La ducha y el proceso de restauración frente al espejo no han podido conmigo; he seguido pensando que saldría a leer para después entrar a escribir. Y lo he hecho.

He caminado bordeando el canal por una calle sin encontrar el soto pórtico que yo conocia, lo que lleva al ghetto, el ghetto judio. ¿Me guiaron las gaviotas, planeando por encima de los barcos?
Una vez allí, me he sentado en un banco de piedra. La plaza vacía, solamente un chico guapissimo (no, es broma) y dos perros feissimos como... jugando entre ellos. Jugaban, y devoraban el silencio. Mi cigarro, Pessoa, el banco, la plaza. El vacío. Aún así he conseguido leer un par de páginas. Sin mas tragar el humo del piti moribundo, no mucho despues me he levantado, para caminar sin rumbo. Es difícil encontrar lugares en los que pensabas al principio no te decepcionen.

Al final he encontrado un puente. Detrás del puente, doblando la esquina, el mar.
Las montañas azules, por la nieve en la cima, en el horizonte.

[love. test 1

Anónimo dijo...

Hola.
Soy el típico lector fiel de Alberto Olmos, de sus novelas y de su blog, pero que nunca comenta nada porque no le gusta dejar comentarios en los blogs de gente famosa/gente semi-famosa/gente-que-aún-sin-ser-famosa-famosa-ya-tiene-círculo-de-seguidores, básicamente porque considero que es lamerle el culo a alguien que ya tiene suficientes admiradores mucho más entusiastas, rubicundos y creativos que yo.

De todas maneras, me he comprado y leído "Algunas ideas...". No voy a entrar a valorar el conjunto de la obra en sí, pero he querido romper mi voto de silencio para decirte que lo que más me gustó del libro fueron tus textos. Con esto no pretendo restarle valor a los otros miembros del colectivo. Pero en fin, soy de los que eligen.

Eres buena. Creo que vas a ser mejor. Mucha suerte y a por ello.

Diana dijo...

Está muy bien ser de los que eligen.

Gracias.

Héctor dijo...

Escribes francamente bien cuando te relajas y te dejas llevar, sin caer en el insulto gratuito e innecesario, y digo innecesario porque pareces muy contraída en una amargura facilona y endogámica y que deberías intentar o aprender a dejar un poco de lado.

De veras creo que si consigues superar tanto espumarajo de verborrea, conseguirás una prosa deliciosa, interesantísima, profunda y tersa, a través de la cual conseguirás acompasar tus reflexiones y embaucar al lector. Conmigo lo has conseguido hasta la parte final, cuando el esfuerzo de la lectura ha debido dejarte cansada y la pinza se te ha pirado, con esas críticas baratas a las que tanto recurres y que exasperan, hostia.

Si sigues con tanta tontería de meterte con la gente por ser cáustica y cool (pues eso, los HOuellebecq, Easton Ellis y guayones del palo) conseguirás ser una petarda amargada y mal follada de cuidado, y de esas ya tenemos muchas.

Confío en que te reconcilies un poco con la vida (y el mundo, donde encuentras todas las inspiraciones, hasta las coñazo esas), porque si lo haces serás francamente buena. De verdad, a ver si tomas nota y vuelves a escribir tan maravillosamente bien sobre la necesidad de leer y la sensación epifánica que te deja. Ahí sí que lo haces bien.