martes, 3 de febrero de 2009

Con la mierda al cuello

Estoy de muy buen humor. He salido de la cueva hace una hora aproximadamente. Ahora estoy frente al teclado, invadida por un gran amor a la humanidad. He abierto el Messenger y he dicho a un par de personas que las quiero. Te quiero. Te quiero. Así, como de repente, sin que se lo esperasen. Luego esas personas han opinando cosas acerca de mi decisión de dejar la carrera y lanzarme al mundo laboral sin un título universitario. Un amigo me dice algo como: “Haz traducciones de italiano, así podrás tener dinero, una cama cómoda en la que poder follar”, y yo le he dicho que a mi literatura no le interesan las camas cómodas, que las camas cómodas le interesan a Vila-Matas. Seguramente no sé nada de la vida.

Luego todo este asunto me ha recordado una cosa. Recuerdo, hace años, que fuimos hasta Bilbao, a las fiestas de la semana grande. Emprendimos el viaje en autobús después de habernos comido unas setas alucinógenas. Supongo que a nadie se le ocurre hacer ese tipo de cosas en un autobús. Pasamos una semana un poco rara, en el piso de un conocido, un amigo del chico con el que salía. Uno de los últimos días fuimos a una rave. En el decurso de esos días yo no había comido prácticamente nada, a excepción de unos macarrones que recuerdo bien, unos macarrones que no sé quién demonios hizo, pero de los que recuerdo bien el sabor. Macarrones con chorizo. En la rave, como es normal, no me encontraba demasiado bien. Era una rave de punkis en una nave a las afueras de la ciudad. En un momento dado, salí fuera, salí porque estaba mareada, sudaba y veía todo un poco borroso. Fui a mear. Meé lejos de la música y de los cuerpos que se movían frenéticos, meé como pude. Cuando terminé de mear me di cuenta de que había pisado una mierda. Luego pensé que era una mierda humana y todo fue aún peor. Intenté volver con mi mierda hasta el lugar desde el que salía la música, pero por el camino me mareé y tuve que sentarme en el suelo. Quizá me tumbé. Entonces alguien vino. Vi unas botas, vi unos pantalones rotos, escuché un Eh!, escuché un ¿estás bien?, y todo estaba cubierto por una niebla. Luego vino un perro y me olió. Los pantalones rotos me decían, Eh, y el perro me olisqueaba. Cuanto pude responder dije, si, solo un poco mareada. Después levanté la cara y miré unos ojos, y una cresta, y una boca que se movía. ¿Puedes levantarte? No le contesté, solamente recuerdo que me puse de pie y el chico me sujetó por el brazo, y caminé un poco y cuando pisé el suelo con mi pie izquierdo pensé en la mierda humana y volví a marearme. Entonces vino otra cresta y las dos crestas me llevaban de ambos brazos hacia un grupo de gente. Nos sentamos. Mejor, estoy mejor, pensaba. Y recuerdo una boca a la que le faltaban dientes, una boca muy sucia que me habló y me dijo ¿Has comido algo? Estábamos sentados, en corro, sentados mientras delante de mí alguien se inyectaba algo. La primera cresta dijo algo como Necesita comer algo. Y la boca sucia me dijo ¿has comido algo? Y yo dije que no. La boca sucia era también unos ojos azules que me miraban. Luego fue también una mano que buscaba algo dentro de su cazadora de cuero, un brazo que se alargó y me dio una barrita de muesli. Comí la barrita de muesli, mastiqué en silencio. Me dolía la boca. Y luego alguien dijo, keta, y yo interpreté, ketamina, aunque no estaba muy segura de lo que era, pero interprete: eso es lo que se están inyectando, Ketamina. Y pasaron unos minutos, y el brazo de la barrita de muesli se inyectó algo. Ketamina. Y vi como entraba la aguja en la piel. La aguja en la piel. Y me acordé de mi mierda porque empecé a olerla. Huelo mucho a mierda, pensé. Y me puse a llorar. Y nadie habló. Lloré en silencio. Lloré solo lágrimas, no gemidos. Y vi los ojos azules que me miraban y dije, tengo que irme. Y me levante y nadie habló. Entonces fui hacia una especie de bar contiguo a la nave desde la que salía la música, llorando, y una chica con el pelo rapado ponía cervezas dentro. Yo le dije, perdona. Y ella tardó un rato en contestarme. Miré sus tatuajes. La mierda olía mucho a mierda. Le dije, perdona, me costaba mucho hablar, perdona ¿tienes un poco de jabón? Y sus ojos me miraron con desprecio, la miré, le dije, huelo a mierda, y ella siguió mirándome y me dijo, ¿tú eres tonta? y entonces me fui de allí y entré de nuevo a la rave y un rostro conocido me dijo ¿dónde estabas? Y yo expliqué, he ido a mear, y él se quedó un rato mirándome y luego dijo, joder, qué peste a mierda, ¿eres tú? Y yo respondí, si.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Una vez, un profesor de interpretación me preguntó si quería ser un buen actor o un actor con título, y esa pregunta hizo que me replanteara muchas cosas. Supongo que también es aplicable a la literatura. Por lo demás, he ido a muchas, pero nunca me han gustado las raves. Lo que describes queda cerca de mis peores mañanas. Curioso el detalle chic de la barrita de muesli saliendo de la chupa de un yonki.

Pablo Suárez de Puga Vilanova dijo...

oye... me gusta decirte que me gusta lo que dices y veo, no todo, ya sabes, por que soy un cabrón, pero he de decirte que no dejes que te lo diga y que te mereces, si vale de algo, mi humilde aplauso.

(en el dolor está la cura)