Tengo tiempo para leer. Tengo tiempo para dormir. Leer y dormir, ahora que no trabajo y tampoco estudio. Antes, en realidad, tampoco estudiaba demasiado, pero vivía con la idea de que tenía que estudiar. Esa idea siempre rondándome el cerebro. Esa idea, impidiéndome disfrutar de las cosas. “Salgo un poco pero pronto porque mañana tengo que estudiar”. Y bebía las cervezas como concesiones o follaba a contrarreloj, con el peso de la responsabilidad sobre los hombros. Al día siguiente me despertaba a las dos de la tarde sabiendo que todo era inútil, y la rueda volvía a empezar. Pero si, había algo que me sujetaba al mundo real. Ahora puedo volverme completamente loca. Cuando mi hígado me lo permite, doy largos paseos por las calles de Venecia. Del barrio judío a la estación, de la estación a Santa Margherita, de Santa Margherita a la iglesia dei Frari, a San Polo, a Rialto. Y pienso, Diana, estás de la puta cabeza. Si, estoy de la puta cabeza. Y miro a la gente con sus carpetas, sus cochecitos con bebés dentro, sus maletas con ruedas, y estudio sus caras. Miro a esas personas directamente a los ojos y les hablo por dentro. ¿Dónde vas, gilipollas? Y sigo caminando. Y me paro en las plazas a leer libros, espantando con los pies a las palomas.
Hoy he salido alrededor de las cinco de la tarde. En casa uno no puede pensar con claridad. He caminado hasta el final de Strada Nuova. Es una calle grande llena de tiendas, mercados de fruta y restaurantes. The thrill is gone, de B.B. King en mi Ipod. La música es una de las pocas cosas por las que merece la pena vivir. La música, los canales de Venecia. Me paro en los puentes a ver pasar los barcos. A veces pasan barquitas pequeñas con tíos muy buenos. Hombres curtidos, trabajadores con la piel quemada por el sol y olor a cuero. Les miro a los ojos. Me miran y la barca pasa y nunca más volveremos a vernos las caras. Sigo caminando The Thrill is gone, y me cruzo con un par de músicos. Deduzco que son músicos porque llevan instrumentos al hombro. Miro a los ojos. Uno me mira, el otro sigue hablando. El que me mira desearía que su amigo dejase de hablar, pararse a hablar conmigo. Sé mirar y sé que cuando miro algunas pollas tiemblan. Ni siquiera me parece guapo, pero sigo mirando. Probablemente le he jodido el día. O no.
Empieza a dolerme el hígado. He intentado ignorar los pinchazos pero ahora comienza a dolerme bastante. Tengo que andar muy despacio. ¿Qué coño me pasa? ¿Estoy muriéndome? Me propongo llegar por lo menos a casa de la Rusa. La Rusa es una de mis mejores amigas aquí en Venecia, a pesar de que no tenemos mucha relación. Paso uno, dos puentes hasta llegar al mercado de pescado. Tardo como media hora. Llego a su portal y llamo. Siempre está en casa leyendo o viendo películas así que supongo que estará. Me responde por el telefonillo. Sube, me dice. Hablamos en italiano. Es ridículo. Quiero decir, ella es rusa, yo española, y nos comunicamos en una lengua que ninguna de las dos maneja a la perfección. La verdad es que casi nunca nos escuchamos mucho. A mí me gusta hablar de mí, y a ella hablar de sí misma, por lo tanto la mayor parte de las conversaciones son palabras que no sirven para nada.
Cuando consigo subir todas las escaleras y entrar en su casa siento que voy a caerme al suelo. Me pregunta que si estoy bien. Le digo que si, que me duele un poco la tripa pero que estoy bien. Su casa huele raro. Me siento en el sofá. Ella va hacia la habitación y desde allí me pregunta qué he hecho en todo este tiempo. Llevo sin verla una semana, quizá algo más. He estado escribiendo, le respondo, he dejado la universidad. Sale de la habitación y me mira. ¿Qué has hecho qué? He dejado la universidad, le repito. Tú estás loca, ¿por qué haces eso? ¿Qué vas a hacer ahora? y se sienta a mi lado mirándome a los ojos. Le explico todo el asunto brevemente. Ella me mira sin entender. Me siento estúpida escuchándome decir todo eso. No tengo trabajo, no tengo dinero…La Rusa me dice que lo mejor sería seguir con mis estudios, pero que si quiero trabajar vuelva a España. Siento que no me apetece hablar del tema así que, tras una breve pausa, le cuento algo sobre lo último que he leído. A la Rusa, a pesar de ser una persona con una gran cultura, casi nunca le interesa hablar sobre ese tipo de cosas. La última vez que lo intenté, me dijo, venga Diana, ¿a quién te has follado últimamente? Me hizo gracia. Esta vez parece prestar más atención. Me doy cuenta de que en realidad a mí tampoco me apetece demasiado contarle nada de lo que estuve leyendo ayer, que solo lo he hecho para cambiar de tema. Uno lee un libro y punto. Uno ve una película y punto. ¿Qué coño hay que decir sobre eso? Nada, nada en absoluto. Aún así decido concluir. Ella asiente como pensando en otra cosa, se enciende un cigarro y me mira soltando el humo. ¿Quieres té? Me pregunta. Si, le digo sin mucho convencimiento. No entiendo el té. Bebo té porque la gente bebe té, pero en realidad pienso que beber té es como no beber nada. “Me han traído un té buenísimo de china”, ¿Sí? Pues que te jodan. Aún así después de unos minutos sostengo una taza humeante entre las manos mientras escucho a la Rusa contarme que cree que se ha enamorado. Poco a poco el dolor va desapareciendo. Me trata mal, y eso me gusta, me dice. Y tiene una polla enorme, Diana. Enorme. A veces me hace daño cuando me la mete. Me río. La Rusa es bajita, medirá uno cincuenta y pico. Bueno, Rusa, pues me alegro. Ríe. Después me dice que tiene que ir a una fiesta, que si quiero ir con ella. No, respondo, tengo cosas que hacer. Ella nunca queda con nadie, sale siempre sola y termina emborrachándose con quien sea. Bueno, tú te lo pierdes. Y al cabo de un rato salimos de su casa. Se ha hecho de noche. La Rusa me acompaña hasta Rialto. Nos despedimos. Le doy un beso en la frente y la abrazo fuerte. Mañana vamos al cine, me dice. Y sé perfectamente que mañana no iremos a ningún sitio.
Cuando estoy caminando hacia casa, empieza a llover. Después suenan las sirenas que anuncian el agua alta. En un par de horas Venecia estará inundada. Es bonito ver cómo se desbordan los canales. Antes de llegar a mi calle me da otro pinchazo en el hígado, así que tengo que disminuir un poco la velocidad. Tengo sesenta y cinco años, pienso. En la calle soy la única que no lleva paraguas así que llego a casa empapada. Cuando entro el gato me saluda. Le acaricio, lo cojo en brazos con esfuerzo, y le doy muchos besos. Me alegra saber que no hay nadie en casa; mis compañeros de piso deben de estar trabajando. Entro en la habitación y abro las cortinas para ver la lluvia desde dentro. Dejo el abrigo encima de la silla y cojo el libro que he dejado a mitad. Me tumbo en la cama con el pelo mojado. Ya no duele. Tiempo para leer, tiempo para escribir, hasta que me entre el sueño.
Cita en Malasaña.
Hace 9 años
8 comentarios:
se puede hacer algo para tu higado -si no es que prefieres seguir teniendo tu propio "mal obscuro" y cultivarlo con finalidad literaria.
si me lo pides, te digo que, y en un mes, un mes y medio mejoraras el problema de un 70%, o lo solucionaras por completo.
por cuanto resguarda mirar a chicos y hacerles temblar la polla, es todo perder tiempo. ni siquiera debes quedarte a pensar que estas mirando alguien durante mas de 5 segundos.
ir directamente, si no a la siguiente
a veces escribes bien
pienso que tengas un futuro
mejora tus titulos, son importantes, ninguno esta bien
http://intranet.cervantes.es/convocatorias/20090220/Bases%20_auxiliar_público_%20Roma.pdf
Piden italiano y español. Aunque creas que no reunes todos los requisitos inventatelos, muchas veces no son tan estrictos. Plazo hasta el dia 20.
Tienes tiempo para actualizar el blog con una frecuencia apabullante. Tienes tiempo para iniciar sesión en el puto Messenger. Y yo...
p.d.: Tengo tiempo para dejar comentarios.
- un mes y medio.
te digo que y lo pones a prueba.
si te interesa
"Uno lee un libro y punto. Uno ve una película y punto."
Muy mal, Diana. Uno lee un libro y presume su sabiduría ante los demás. Uno ve una película y vierte todo su odio interior en ello.
Son medios, no fines.
Pero la noche es interminable cuando se apoya en los enfermos
y hay barcos que buscan ser mirados para poder hundirse tranquilos
Al leerte uno puede sentir la intuición de Heidegger que decía que ''el lenguaje es la casa del Ser"; haces a uno sentirse a gusto. Eres una cachonda con ínfulas de intelectual ( aún te faltan las contradicciones y el compromiso del intelectual, como decía sartre antes de chochear. Además, tú no estas alienada sino que estas dandote la gran vida en Oh venecia con todos los gastos pagados). Para mí el papel del escritor es describir una situación con tal veracidad que el lector ya no pueda evadirla. Debemos ser a la vez ese escritor y ese lector.
En Los vagabundos del Dharma dicen que al tomar té "el primer sorbo es alegría, el segundo goce, el tercero serenidad, el cuarto locura, el quinto éxtasis"... los tiempos han cambiado mucho.
Lo mejor de compartir piso es estar sólo en él.
Y con las rusas siempre he acabado mal.
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