sábado, 31 de enero de 2009

La cara de los payasos

Escribo para no suicidarme. Eso es lo que, al parecer, respondió Marguerite Duras cuando le preguntaron porqué escribía. Pues podría haberse suicidado. El suicidio habría sido algo mucho más valiente que su literatura. Pero esto es una opinión, y las opiniones, como todos sabemos, dan igual, así que, bien por Marguerite que consiguió hacer algo con su tiempo.

Y solo diré algo más. Algo que dijo Cioran, Emilie Michel. Dijo, “escriba libros sólo si lo que va a decir en ellos usted nunca se lo confiaría a nadie.” Y por eso, la mayoría de libros, blogs, mails, y sistemas de vida en general, me parecen una impostura.

Anoche salí a la calle. Me costó decidirme. Pensé, durante mucho tiempo, si no sería mejor quedarme en casa. Pero la casa estaba tan llena de mí misma que me ahogaba, así que hice un par de llamadas y me sentí mejor, más libre. Y después de fijar una hora (las diez y media), después de colgar el teléfono, de tener verdaderamente la posibilidad de hacer algo que no fuese asfixiarme con mis propios vómitos, me arrepentí de haber llamado y, consecuentemente, llegué tarde. Muy tarde. Justo una hora más de reflexión antes de meterme a la ducha. Me llamaron en ese tiempo. A la media hora de lucha con mis miserias. Me llamaron y me dijeron ¿Dónde estás? Y no supe muy bien que responder y dije, aún en casa. Y noté en los silencios que alguien se impacientaba al otro lado del teléfono, cosa que propició que tardase media hora más. Mis pequeñas venganzas.

Después llegué al lugar donde, supuestamente, me esperaban. Un centro cultural de esta ciudad muerta, donde los jóvenes se reúnen para charlar, ver películas y leer textos profundos, para no tener que evidenciar este hecho. Y encontré a L, al que hacía mucho tiempo que no veía. Estaba borracho. En cuanto me vio, vino hacia mí desesperadamente con los brazos abiertos. Llegó y me abrazó. Olía a cerveza. Me pareció excesivo para la relación que teníamos en el pasado que era más bien superficial, así que lo atribuí al alcohol que dominaba su cuerpo. Me besó muchas veces y me manoseó la cara recién maquillada, y el pelo recién lavado. Sus manos con olor a tabaco y polvo.

Me alegro de verte, ¿estás mejor?, me han dicho que has estado en el hospital. Y yo respondo que si, que estoy mejor, y le pregunto cuánto ha bebido. Él me dice que mucho. Yo le digo que se nota. No puedo salir de sus brazos, no puedo hacer que mis tetas dejen de tocar su pecho y mi mejilla de rozar su barba. Me alegro de que estés mejor. Sé perfectamente que todo es mentira porque ni siquiera me ha llamado en estos días para ver si estaba viva o muerta. Maldito hijo de puta, maldito hijo de puta borracho. Y me presenta a dos amigos, y entiendo que finge que ambos tenemos una gran relación porque estoy buena. Cedo. Les sonrío pensando, tenéis un amigo que es un gilipollas, y me despido con la idea de que seguramente ellos también lo sean y por eso su amistad funciona. Luego nos vemos, me dice L. Y yo pienso, espero que no sea así, pero digo, si, hasta luego. Echo un vistazo dentro buscando a la gente con la que he quedado. Están en una mesa situada al final. Atravieso el local sorteando hippies y modernos de cafetín con el pelo sucio, y llego hasta donde están con una sonrisa de plástico. Me tira la piel. Doy besos, me dan besos, pienso, no sé para qué me maquillo. Están M, E y su novio, de los que he comprendido que no pueden salir el uno sin el otro, y una chica con una mandíbula inferior enorme que le da aspecto de retrasada mental, o al menos de persona con muchos problemas para entender las cosas. Todos esperan que diga algo, así que digo algo. Digo muchas cosas como si fuese el ventrílocuo de mi misma. Diana haciendo hablar a Diana, y mi boca se mueve arriba y abajo, arriba y abajo, dejando salir una voz rara que no reconozco como mía. Todos ríen un poco, sobretodo la chica de la boca extraña, y yo quedo satisfecha de mi espectáculo porque ya he cumplido y me he ganado unos minutos de silencio para mí misma, hasta que otra vez me toque el turno de hablar, de sacar el ventrílocuo y recibir risas como recompensas.

Después salimos de allí. Volví a encontrarme con L y con sus besos y sus abrazos, esta vez algo más contenidos, supongo que porque ya estaba menos borracho para tomarse esas licencias. Fuimos hacia otro bar.
M decidió irse a bailar con una amiga a una discoteca. Me dijo ¿Vienes?, y me pareció una broma. Le dije, aún no me encuentro del todo bien, y ella me creyó. Me quedé con E y su novio, que bebían cócteles de colores extraños. El de E era amarillo chillón, el del novio era rojo sangre. No quise probar ninguno. Dije, salgo a fumar. Y salí a fumar con mi cerveza en la mano. Después volví a entrar. Me senté de nuevo junto a E y su novio que discutían. De vez en cuando se pegaban de broma, luego uno de los dos cedía, se besaban, y volvían a discutir. Un par de veces quisieron hacerme partícipe a mí también de su juego, pero hace tiempo que yo había echado cal sobre esa fase de la vida y no me pareció oportuno fingir que no era así. A mi alrededor, ni un tío bueno al que utilizar para dar sentido a la noche. E percibió mi malestar en un descuido; me di cuenta porque cuando me miró me sentí desnuda y traté de disfrazar mi tristeza, pero no sirvió de nada. Expliqué, dije, no tengo un buen día. Y su novio respondió que no tenía que ser un circo cada noche. Entonces, con mi tristeza a la vista, me sentí peor. Supongo que con buenas intenciones, me preguntaron acerca de lo que estaba escribiendo. Dejaron de lado su conversación sobre el vegetarianismo y pasaron a la conversación sobre mi escritura. Me lo tomé como una concesión, así que di una respuesta estándar, sin profundizar mucho con el simple propósito de rellenar el formulario. Si, pero, ¿de qué trata?, me preguntaron. Y a eso no pude responder. Dije, no lo sé, no trata de nada. Y me miraron confusos pidiendo más. Y entonces utilicé el lenguaje de los críticos literarios, con una enorme sensación de traición a mí misma. Me dije, perdónales, porque no saben lo que hacen. Y traté de traducir pero no sé si lo hice demasiado bien. Luego dije que tenía sueño y que quería irme a casa. Ellos quisieron quedarse a terminar sus bebidas de colores. Me despedí, besé y abracé, y E. me dijo, mañana te llamo, que descanses, y yo pensé que, por suerte o por desgracia, eso era algo totalmente imposible.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

El maquillaje femenino se va desperdigando por las caras de la ciudad. De cara en cara, de mejilla en mejilla. Cuantos más besos, menos maquillaje y, al llegar a casa, menos toallitas desmaquillantes o desmaquilladoras. Curioso.

Anónimo dijo...

El espanto, sí.

Lo que no entendí bien es por qué calificaste a la ciudad de muerta. ¿más de lo mismo o cómo?