jueves, 29 de enero de 2009

De hombres y perros

Me levanto relativamente temprano. Me tomo unos minutos, como siempre desde el momento en el que abro los ojos, para analizar el estado de ánimo que predominará a lo largo del día. Siento que no es demasiado bueno. Lo acepto, sin embargo me levanto de la cama para abrir la ventana de par en par. Que entre algo de aire, que entre algo de luz, me digo. Y entra, y siento frío, así que busco una bufanda enorme que compré en las rebajas y que todavía no he lavado desde entonces. Tiene un olor raro pero me gusta mucho moverme por la casa con esa bufanda.

Salgo de mi habitación. Desde el pasillo escucho con decepción el ruido de platos y vasos en la cocina. Abro la puerta y encuentro a mi compañera de piso mojando un croissant en el café. Buenos días. Buenos días, respondo, y me voy al baño para ganar tiempo con el fin de que la conversación matutina no se produzca de golpe. El espejo me devuelve una cara pálida que nace de un enorme y sucio trozo de lana enroscado con prisa en el cuello. Buenos días. Vuelvo a la cocina. El silencio es una losa fría sobre mi espalda. El silencio son cuchillas y lápidas, es una casa sin muebles. Mi compañera de piso tiene cara de cadáver. Se está pudriendo, pienso. Y preparo café. En silencio. Mi compañera de piso se levanta de su silla y empieza a guardar los alimentos embolsados con una lenta sinfonía de plásticos. La miro. La odio porque es fea, pienso. A veces sueño con pegarla solamente porque me siento directamente atacada por su fealdad. Al agacharse a recoger un cubo lleno de ropa limpia veo su tanga y parte de su culo blanco. La mataría. Durante estas últimas semanas se han estado librando pequeñas y secretas batallas en esta casa. La calefacción, por ejemplo, constituye uno de los motivos desencadenantes de una de estas luchas silenciosas. Cuando siento un poco de frío, me dirijo hacia el aparato que controla la temperatura y subo un poquito la ruedecilla. Es cuestión de tiempo, y al final siempre acabo comprobando llena de rabia que ella ha vuelto a girarla en el sentido contrario. Hace tiempo que dejé de hacerlo porque he admitido que ella es más terca que yo. Pero existen otras cuestiones. Mi compañera de piso es una persona que no tolera bien los cambios. La tapa del water tiene que estar bajada, o la cortina de la ducha perfectamente plegada y recogida en un lado. Es la guerra fría, enfrentamientos no declarados que por supuesto no se mencionan en el desayuno. Alguna vez ha censurado sin éxito alguna de mis negligencias al poner la lavadora, pero creo que ahora ya está cansada. Ha comprendido que siempre fallará algo, si no es mi descuidado método de hacer la colada, será mi manera de tender la ropa, o mi manía de olvidar mis objetos personales en la cocina. El problema es que pasa demasiado tiempo en casa. El problema es que es fea. Yo observo su desesperado empeño en que la casa se mantenga siempre ordenada y limpia, la miro poner obsesivamente pinzas de la ropa en los paquetes de café o en las bolsas de galletas, y además de desear con violencia su muerte, siento, en el fondo, cierta lástima. Me produce horror contemplar su cara. Sus enormes fosas nasales, su piel blanquecina de trucha enferma, su pelo encrespado y seco por el uso continuado de tintes de mala calidad. Que fea eres, pienso cuando me habla. No consigo pensar en otra cosa. A pesar de su desagradable aspecto físico ha logrado encontrar novio. Sobra decir que es igual de feo que ella, pero es más simpático. Tiene sentido del humor y se nota que es consciente de la situación. Cada vez que entro a la cocina y los encuentro en una de esas cenas que organizan una vez por semana, sentados uno frente al otro, alimentándose mientras comparten puntos de vista, siento los ojos de él sobre mi cuerpo. Me mira suplicante como un perro encerrado en una jaula que ve en los nuevos visitantes la posibilidad de salir de la perrera. Nadie te sacará de ahí porque eres feo. Aunque en mi vida he conocido a algunas personas vulgarmente solidarias que adoptan perros sin una pata, o sin una oreja. Luego lo enseñan a sus visitas en el salón de casa y dicen orgullosos “Este es Tomy, lo queremos muchísimo. Lo cogimos hace un par de años de la perrera, pobrecito, sus antiguos dueños lo maltrataban”, o quizá ni siquiera le den importancia a sus deficiencias y aparenten normalidad mientras los invitados se preguntan turbados dónde demonios está la oreja que le falta. Y así es como todo perro puede hacerse un hueco en este mundo. Pero yo nunca haré ninguna obra de caridad. El novio de mi compañera de piso tendrá que seguirse enfrentando al tanga viejo y al culo blanco y fofo. Y ella, ella, supongo, corresponde a mi odio hacia su fealdad con su odio hacia mí por ser guapa. Siempre es así.

Después bebo silenciosamente mi café. Ella sale de la cocina. Pienso que se quedará en su habitación y que por fin podré desayunar en paz, pero vuelve y coloca frente a mí su ordenador portátil. Me explica que hoy tendrá que trabajar un poco en su tesis. Yo también debería estudiar, le digo por decir algo. Y sigo bebiendo mi café y pensando en que quizá debería realmente hacer algo para los exámenes, sabiendo en lo más profundo de mí, que no lo haré de ninguna manera. Y entonces se abre la puerta y entra mi compañero de piso. Ha debido madrugar mucho porque ya está vestido para salir a la calle. Nos saluda cariacontecido. Nos dice, buenos días, chicas, y yo siento una especie de escalofrío al verme encerrada dentro de un mismo sustantivo junto a la trucha enferma. Mi compañero de piso tampoco parece tener buen día hoy. La trucha le pregunta si le pasa algo. Él responde que no se encuentra demasiado bien. Hace poco murió su padre. Ahora, al parecer, la familia quiere despedirse, hacer una especie de conmemoración con amigos y conocidos, y G, mi compañero de piso, es el encargado de leer el discurso a su memoria. Dice que no sabe si será capaz de leerlo sin emocionarse. Le escuchamos en silencio. Yo no sé qué decir, así que convengo que lo mejor será estar callada. Mi compañera de piso hace un par de comentarios absurdos, dice que quizá podría escribir algo un poco Light, sin entrar en muchos detalles. Lo dice con media sonrisa. Supongo que quiere quitarle hierro al asunto. Él asiente. Después ella cambia de tema. Está claro que le da igual. No sé si es porque mi padre también morirá dentro de poco y la empatía hace que sienta pena por G, pero me dejo llevar por el sentimentalismo y trato de mirarle con toda la comprensión de la que soy capaz. Después él se va a trabajar y mi compañera de piso y yo nos quedamos otra vez en silencio en la cocina. No es un ambiente agradable, así que vuelvo a mi habitación. He dejado la ventana abierta y entra mucha luz. Me iré a dar un paseo, digo. Y unas horas después paseo por Venecia con el Ipod a todo volumen y sin mi bufanda gris.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy bueno.

Anónimo dijo...

Me ha gustado lo de 'compartir puntos de vista'. Cenas crepusculares, con trucha fría, con ganas de todo menos de ti, y p.d.v. para compartir. Que no imponer.

Anónimo dijo...

que guay! ahora te dejas ver por todos (mas solo quienes hayan tenido el honor de recibir la invitacion a leerte), porque has publicado tu foto.
esa flaqueza que tanto morbo produce en los moribundos obesos del segundo milenio...
un perfil
pero, aun asi, sigue siendo cosa insuficiente para masturbarse (sin ofensa). lo incluias entre tus precupaciones, para que no te abrieras y serenaras, en tus libres expresiones y manifestaciones.
¿cuando dejaras esperar antes de enseñar mas y mas y mas?
sabiamente: la libertad existe, pero son las manos que no llegan a cojerla -si por lo mens se la vee, que ya cuesta

quien te escribe?
te escribe un amante de la vida, y siempre por azar

debo decirte algunas cosas.
para mi tus escritos son demasiados largos. recuerda que no estas escribiendo para que se lea imprimido, sino para leerlo en una pantalla -es algo muy distinto.
pon, por ejemplo, que en vez fuese destinado al papel que envuelve caramelos...

tal vez no te gusta el apunte (pero no todo lo gusta es bueno).
espero no te inquiete saber que para mi lo mejor fue el principio de tu escritura, porque era mas seca, y breve, y aun dudabas que tus confesiones egomaniacas mereciesen mas del minimo indispensable de palabras, y te gustaba utilizarlas para cortar y cerrar, y pasar a otra cosa, el silencio, o la soledad de cada uno, o reflexionar algun instante sobre la futilidad de estos escaparates de narcisos llamados "bolgs"

si quieres escribir tanto yo pienso deberias redimensionar las quejas ipocondriacas, para dirijir tus lamentaciones hacia algun argumento que pueda merecer mas atencion y consideracion.
es a decir, dominate
argumentos, puede entrevelados y no mas, de mas aliento, algo que se pueda compartir, o sobre el cual honestamente discrepar

aparte esto, por supuesto, sin conocerte personalmente, ni en efecto desear encontrarte, incluso si tuviese la oportunidad (como es normal) o gritases que me amas (jaja, disculpa) debo decir que no podria que alegrarme si esta abertura que manifiestas en tus escritos (la cual al mismo tiempo te impone madurar y desarrollarte, pena volverte repetitiva o vana) correspondiese a alguna real mejoria en tu vida personal, mas empatia con quien te rodea, menos rencores o rabias o frustracciones.
en suma, que estes bien
sin necesidad de agarrarte en vuelos al pajaro traidor del optimismo, claro

no pretendo que interpretes ahora lo que te escribe un amante de la vida, en fin impersonalmente y con total desinteres, como generosa demostracion que algo de indestructiblemente positivo
existe, como existen su medida, ejemplos y pautas, la salud y el ingenio. basta que te sirva, para tus propias elaboraciones

Diana dijo...

Depende de lo que viva. Si vivo mucho podré llegar a tener, quizá, ¿diez blogs? ¿quince?. En el último, supongo, pondré una foto mía, desnuda con las piernas abiertas.

¿En qué coño de lengua escribes? No entiendo una mierda.

Daniel González dijo...

He llegado hasta tu blog buscando en google: "odio a mi compañera de piso". Yo no la odio por ser fea. La odio porque habla demasiado, y tiene una voz que me machaca mis neuronas. Es egocéntrica, una niña consentida y se las da de lista. La odio, y te entiendo perfectamente.

Ceratonio dijo...

Yo también he llegado aquí buscando en google "odio a mi compañero de piso".
Creo que el hecho de que los pisos estén tan caros y que tengamos que recurrir a compartir vivienda ayuda a hacer florecer un oido hacia la raza humana que no creía que fuese capaz de sentir.
¿será crónico? ¿saldremos en las noticias acompañados de una voz que narra "psicópata estudiante asesina a su compañera de piso"?
Creo que cada uno podría llenar un blog con sus vivencias... tal vez me anime a hacer el mio :-)

*C.