jueves, 15 de enero de 2009

Sentimiento de culpa

Me despierta el sonido del móvil. Al intentar incorporarme siento un dolor agudo en mi brazo izquierdo. Una mala postura, pienso. Sigue doliendo. Se me ocurre que quizá pueda tratarse de un principio de infarto. Decido quedarme tumbada hasta que remita el dolor o, por el contrario, llegue la hora de mi muerte. El móvil deja de sonar. El dolor cesa. Salgo torpemente del amasijo de sábanas y mantas, y alargo el brazo hasta alcanzar el teléfono. En ese momento, vuelve a sonar. Respondo en un dudoso italiano. R. al otro lado dispara propuestas con una voz cargada de positividad. Me plantea ir al cine por la tarde. Al parecer ponen una película bastante buena, Vals con Bashir, que ha ganado un montón de premios. Busco en mi cerebro las referencias que podría llegar a tener a partir de su título. Lo recuerdo inmediatamente. El otro día, mi compañera de piso y su novio cenaban en la cocina. Yo fingía dormir en la habitación de al lado. Seguramente, me había despertado el horrible olor a pescado frito. Mi compañera de piso comentaba algo acerca de una película de dibujos animados que había ganado un Oscar. Hablaba con un ridículo entusiasmo sobre la técnica narrativa, sobre el diseño impecable de los dibujos, sobre su originalidad. Recuerdo con espanto, que se trata de una revisión histórica sobre la guerra del Líbano. El novio permaneció callado durante todo el discurso, hasta que al final comentó algo brevemente para disentir de alguna de sus opiniones. Luego siguieron comiendo pescado frito y hablando sobre libros, política, y otras muchas cuestiones opinables. Le digo a R. que de acuerdo, que iré con él al cine, a pesar de que la guerra del Líbano tiene una importancia igual a cero en mi vida. Me propone cenar primero en su casa. Acepto, entre otras cosas, porque mi despensa está bajo mínimos.

Una vez allí, me vi en la obligación de saludar a todos sus compañeros de piso y a algunos amigos de éstos. R. tardó alrededor de una hora en cocinar risotto para todos, por lo cual, yo me quedé naufragando en la conversación, sin tabla de salvamento a la que asirme, durante todo ese interminable tiempo. Los grupos me producen angustia. Prefiero, por lo general, y si no queda más remedio, mantener conversaciones con una sola persona, ya que así me es más sencillo decidirme por una identidad en concreto. En los grupos uno nunca sabe muy bien qué postura adoptar. Después cenamos. Mientras lo hicimos se produjeron unos cuantos silencios bastante horribles en los que solamente era posible escuchar la masticación del comensal más cercano. Afortunadamente R. salvó las situaciones lo suficientemente rápido como para que la cena no fuese un completo desastre, aunque, a mi modo de ver, lo fue sin lugar a dudas. Después de cenar todos tomaron café. Yo empecé a desesperarme, a fumar sin parar, a dar grandes tragos a mi copa de vino. R, supongo, percibió mi malestar e hizo todo lo posible por sacarme de allí cuanto antes. Quince minutos más tarde caminábamos hacia el cine. Llovía, pero a pesar de ello, no quise ponerme la capucha. R. por contrario, lucía un sombrero un tanto ridículo sin ningún pudor.

Me senté en la butaca sin ninguna esperanza. R. me besó y comentó algo acerca de la pantalla y la colocación de los asientos. Yo escrutaba a la gente que tenía alrededor, decidida a odiar indiscriminadamente a todos y cada uno de ellos. Delante de mí había una pareja que comía palomitas y se besaba, alternando las dos acciones hasta que la película dio comienzo. En la oscuridad, acaricié la mano de R. Después pensé: sería mejor estar en casa. La película tenía un buen comienzo. Me atrapó durante al menos media hora. Luego empecé a aburrirme y a pensar en sexo. Sexo, sexo, sexo. R. sobre mí, empujando con fuerza. Después algunas escenas emotivas, con una música que estuvo a punto de hacerme llorar en un par de ocasiones. Logré contener las lágrimas, aunque si hubieran encendido las luces en ese momento, cualquiera podría haber adivinado que estaba un poco afectada. La película acabó con unas imágenes reales, bastante espantosas, de la masacre de Sabra y Chatila. Después de los títulos de crédito, la gente permaneció unos minutos sin poder moverse de sus asientos. Me pareció todo una hipocresía y me arrepentí inmediatamente de haber ido a ver la película. Cuando miré a R. descubrí que tenía los ojos húmedos.

Cuando salimos del cine, R. comentó un par de cosas sobre las injusticias del mundo. Yo caminé prácticamente en silencio. Era demasiado tarde; después de la película, determiné que había tenido suficiente dosis de política internacional. Aún así, él siguió explicándome, y dándome cifras y datos con los que, objetivamente, no creí que pudiese hacer nada en mi vida.

Al llegar a casa puse un poco de música mientras R. preparaba té. ¿Sabes que Francesco ha vuelto con Èlena?, me comentó de repente. No, contesté. Él sonrió como si guardase dentro una información importantísima para la humanidad. Fingí curiosidad para no decepcionarle y pregunté que cómo lo sabía. Arqueó las cejas dándome a entender que no me revelaría sus fuentes. Seguí mirándole pretendiendo parecer expectante. Algo debió fallar porque a continuación me dijo que no parecía muy sorprendida. Es que no me sorprende, le dije. ¿Y eso?, preguntó él. Porque la gente se siente muy sola, es normal que hayan vuelto, respondí encendiéndome un cigarro. El siguió sonriendo y vertió el agua hirviendo dentro de mi taza. Sumergí mi bolsita de té con cuidado. Yo creo que se quieren. Tienes que querer mucho a alguien para perdonarle una traición así, dijo él, yo no podría volver con una chica que se ha acostado con otro. Le miré largo tiempo mientras daba pequeños sorbitos al té. No considero que follarte a otra persona sea verdaderamente una traición, dije al fin. Me miró confuso. Tú parece que nunca te has enamorado, me dijo. Pensé que la conversación no tenía ningún sentido y que sería mejor acabar cuanto antes. Había terminado mi té. Sonreí un poco forzada, le besé en la frente y me fui a la habitación. Cuando llegó se sentó a mi lado y comenzó a besarme en el cuello. De repente me invadió esa sensación de vacío, como si la falta de sentido de la existencia se me metiera dentro y se extendiera ocupándolo todo. Me mantuve reticente a sus caricias y a sus besos, hasta que al final tuve que apartarle suavemente con las manos. ¿Qué pasa?, me preguntó. No respondí. Miré el dibujo del salvapantallas del ordenador sintiendo un nudo en la garganta. Encendí otro cigarro. Sus ojos verdes me miraban con miedo. Me preguntó si había dicho algo que pudiera molestarme. No, no es culpa tuya, le dije. Creo que solo necesito estar sola. Tú duérmete. Y volví a la cocina, donde me puse a leer un libro que, por fortuna, había metido esa misma mañana en el bolso. Estuve una media hora sintiendo una extraña presión en el pecho, sin poder entender nada de lo que leía. Después fui hacia el baño y vomité la cena. Cuando volví a la cama R. dormía plácidamente. Tenía una expresión tranquila, como los niños pequeños cuando duermen. Me metí en la cama sin hacer ruido y le abracé con cuidado. No es culpa tuya, le dije. Y después me dormí.

5 comentarios:

ErikPV dijo...

Creo que odias que te lo digan. Pero escribes muy bién. Si no lo has leído, creo que te gustaría: 'El guardián entre el centeno'. Seguro que lo has leído, es muy conocido. Me lo leí en 2º de ESo para clase, y ya ocupa un lugar privilegiado en mi estanteria. Bueno, no te aburro más.

Anónimo dijo...

Yo admiro que intentes poner por escrito la maraña diaria de tu vida que nadie entiende.

Anónimo dijo...

me gustaria darte algun aconsejo, esperando te pueda ser util.

creo que deberias dar cuanta menos importancia a las partes meramente descriptivas y dejar que conduzcan completamente tu estro, tus ideas, la necesidad de expresar lo que sientes y te sorprende

Anónimo dijo...

Una pregunta para Erik y mazorem, conocéis a alguien que os aguante? la pregunta todos sabemos que es retórica

Anónimo dijo...

intelecto!