lunes, 12 de enero de 2009

Literatura y vida

Acabo de limpiar la habitación. Pensaba ponerme a escribir nada más levantarme, pero no sé por qué motivo he echado un vistazo a mi alrededor, y después debajo de mi cama, y me ha horrorizado comprobar la cantidad de pelusas que se habían ido almacenado sin que yo lo supiera. Es extraño eso de las pelusas. Nadie sabe muy bien de dónde salen. ¿Qué es exactamente una pelusa? Decía que he limpiado mi habitación pero en realidad solamente he barrido un poco el suelo. Un poco, quiere decir, que he barrido sorteando los objetos con la escoba. Eso no es limpiar. Limpiar es lo que hace mi madre, cuando por las mañanas parece que ha pasado un huracán por casa y todo está dado la vuelta.

Ayer por la tarde estuve leyendo el libro de Vila-Matas durante horas. Después empecé a escribir algo, un pequeño cuento a partir de una idea bastante absurda. Al releerlo me asqueó mi falta de talento y de originalidad. Era como si lo hubiera escrito Vila-Matas con quince años. Era artificial, pretencioso y burgués. No había nada verdadero, nada que dijese nada. Mientras tenía lugar esta crisis de identidad en mi cabeza, recibí la inesperada llamada de M.. Yo ya había decidido consagrar la noche a los libros, pero me dije a mí misma que quizá si salía tendría algo sobre lo que escribir. El problema es que no me sentía con verdaderas ganas de interaccionar con humanos, y esas cosas requieren para mí una mentalización previa. Así que llegué dos horas tarde.

Es el problema de las citas. A mi me gusta pensar en las personas en abstracto. Me gusta pensar, “si quiero puedo llamar a X para tomar unas cervezas”, “Si quiero, a las once puedo acercarme hasta la fiesta en el bar X donde sé que estarán mis amigos.” Y luego, seguramente, no hacerlo. Me tranquiliza saber, por ejemplo, que R. vive un poco más debajo de mi calle, que lo veré esta semana, que mientras yo leo y escribo en esta habitación ahora, ahí fuera se desarrollan otras vidas con las que tendré contacto en el futuro. El problema es cuando ese contacto se concretiza. El problema es decirme a mi misma “a las diez y media tengo que meterme en la ducha porque he quedado con x”. Puede parecer extraño pero de mis amigos me gusta saber que existen, pero no me gusta tanto estar con ellos.

Cuando logré salir de casa me vino a la cabeza, de nuevo, la idea de Miguel. Paseaba por las calles y pensaba en una imagen de hace tiempo. Le recordé tumbado sobre mi cama en la habitación de Moncloa, con cierta turbación que le impedía mirarme a los ojos después de haber leído uno de esos relatos que escribía yo entonces (y en los que trataba ridículamente de imitar a Cortázar.) Me enterneció mucho imaginarlo así de nuevo, como un niño pequeño superado por los acontecimientos. Creo que caminaba sonriendo. En ese momento escucho una voz, “¡Hey!” y al levantar la cabeza veo uno de esos rostros que el cerebro no sabe muy bien dónde situar, y mucho menos darle un nombre. Saludé forzada, todavía con el pensamiento lleno de Miguel, un poco avergonzada y por supuesto sin ningún interés en pararme para que tuviera lugar una de esas inútiles conversaciones por compromiso (a la que por otra parte, esta persona parecía muy predispuesta). Sonreí falsamente sin dejar de caminar, y desaparecí. Después pensé en Ghost. La película. Cuando a Whoopi Goldberg la abandonaba el espíritu que la había poseído y quedaba exhausta. Ese inoportuno saludo hizo a Miguel salir de mi de pronto, y me quedé confusa y cansada, de modo que luego no pude volver a traerlo al pensamiento. Caminé un poco cabreada hasta el bar donde estaban mis amigos. Cuando llegué, como es normal cuando uno llega con dos horas de retraso a los sitios, ya estaban todos borrachos. Me costó bastante ponerme a su nivel. También me costó mucho sacarme a mí misma de mí para poder relacionarme con los otros; al llevar tantas horas conmigo estaba llena de mi. Diana llena de Diana. Otra vez Whoopi Goldberg. Lo conseguí bebiendo mucho. Mezclando sin cocimiento de causa.

La mayor parte del tiempo se habló de estupideces o no se habló de nada y simplemente se bebió. Yo estuve echándole miraditas a un bohemio melenudo que se situó detrás del interlocutor del momento, sin interesarme en absoluto por ninguna de sus palabras. Después llegó la novia del bohemio y lo cogió por el brazo, jodiéndome el plan. De repente un nuevo miembro se agregó al grupo. Era una amiga de M. Y ahora es cuando hablaré de mi presunta bisexualidad. Antes abriré la ventana porque con todo lo que fumo, termino formando unas nubes de humo impresionantes.

Resulta que cuando Laura llegó, (la llamaré Laura en honor a Petrarca, ya que estoy en Italia) toda mi atención recayó sobre ella inmediatamente. Es raro que me suceda esto; normalmente nadie me interesa tanto como para captar mi atención, a no ser que sea hombre y quiera follar con él. Fue raro. La miraba, atendía a sus palabras, y de algún modo, mis intervenciones (pocas) estaban dirigidas a ella. Me sorprendió que cuando hablaba, fumando continuamente, mirando a su alrededor desde sus dos grandes ojos azules, no decía cosas gilipollas, al contrario. Empecé a pensar en mi fuero interno que no me importaría besar a esa mujer. Luego dí un paso más y la imaginé desnuda, y no me desagradó lo que vi en mi mente. Al final de la noche estaba totalmente enamorada de ella.

Cuando llegué a mi casa, lo atribuí todo al cansancio que me supone entablar relaciones con los hombres. O con la tipología de hombre que he conocido hasta ahora. Todos son iguales, y nunca entienden nada. Luego pensé que me atraía Laura como idea, más que como persona. Seguramente si llegara el momento en el que tuviera que besarla, no podría. Me interesa en abstracto, me interesa como posibilidad. Como casi todo.

Después leí un poco el libro de Pavese sin conseguir entender ni una palabra de lo que leía. Algunas frases llegué a leerlas montones de veces y aún así no pude extraer ningún significado. Me deprimí bastante. Pensé en mí como alguien claramente incapaz. Por mucho que leyera eso no cambiaría, por mucho que escribiera seguiría siendo una persona limitada.

Ahora sigo pensándolo. Soy una persona demasiado mayor vivir, y demasiado joven para escribir.

2 comentarios:

Oliver Ado dijo...

"Antes abriré la ventana porque con todo lo que fumo, termino formando unas nubes de humo impresionantes." > esta frase vale por todo el texto. Joder, te envidio por haber tenido la idea de escribirla. Y nada de envidia sana, eso no existe.

Por desgracia, la única solución a eso de "demasiado joven para escribir" es seguir viviendo.

Diana dijo...

Será una broma, ¿no?