miércoles, 5 de noviembre de 2008

La consecuencia lógica de beber grandes dosis de cafeína durante el día es que cuando llega la hora de dormir uno es incapaz de conciliar el sueño.

Después de una obra de teatro que cualquier guía de eventos culturales calificaría como experimental (cuerpos desnudos injustificadamente sobre el escenario, bailes al son una de música trangresora, diálogos absurdos con finalidad crítica que, supuestamente, el espectador debe leer entre líneas pero que quedan en una mera pretensión, reflexiones estereotipadas e inmaduras...) y de intercambiar un par de falsas impresiones con el director, me sumergí en las encharcadas calles venecianas para despejar un poco la mente y comer un poco de pizza. Santa Margherita vacía a causa de la lluvia, la rusa con una especie de indigestión repentina, la aparición en escena de Alberto y su paraguas que me acompañaron a casa. Y una vez allí, la toma de conciencia de lo imposible que resultaría dormirme.

Así que esta mañana, la cita con la coordinadora Erasmus se ha convertido en una espera eterna en un solitario pasillo, y la espera eterna en un estado de seminconsciencia. Solución: más café.

Cuando he logrado entrar en su despacho se han dado algunas situaciones absurdas, como la emisión de un comentario sobre mi postura física y sobre las desastrosas consecuencias que podría traerme en el futuro adoptar determinados hábitos al sentarme en una silla, o la tendencia a imponerme asignaturas en las que no estoy en absoluto interesada...Tengo veintitrés años, he venido aquí en busca de una firma. No estoy interesada en absoluto en recibir consejos paternalistas, y mucho menos una crítica impresionista sobre Martín Gaite y sus putas novelas para divorciadas menopáusicas.

De esta manera, cuando estaba decidida a obviar cualquier tipo de consejo sobre mi programa de asignaturas que viniera de aquella autoritaria mujer con aspecto de cocinera de comedor de colegio, me comenta que existe un curso sobre literatura española contemporánea que da un profesor joven y que puede completar mi horario. Javier Marías y Juan Marsé, un libro de cada uno y un examen bastante sencillo. No me interesa. Aún así la mujer me arrastra por el pasillo en busca del tal Ballarín para comentarle si puedo incorporarme inmediátamente a sus clases. Eh...si, pero....escuche...es que, yo....
Nada. No sirve.

Y de vuelta a su despacho, aparece de la nada un tipo joven que se apoya en el quicio de la puerta. Vaya por Dios.... El tipo me mira, y saluda. Mi coordinadora emite un chillido de entusiasmo y entiendo que se trata del profesor Ballarin. Le miro el paquete sin querer. La mujer nos presenta y a continuación le explica mi situación. Él se ofrece a contarme un poco en qué consiste la asignatura y a dejarme el programa para que le eche un vistazo. Te veo después en mi despacho, me dice. Y se va y yo me despido de su culo.


Y así es como todos los jueves a partir de hoy tendré que asistir a un curso sobre literatura española contemporánea. Un horror.

Hoy es la Notte Bianca. En las universidades las aulas están abiertas y los profesores inparten clase hasta las dos o las tres de la mañana. Muy bien. No sé si el tal Ballarín....
También hay una fiesta en Polo San Basilio con la que llevan amenazando un par de semanas.

Y ahora me voy a una conferencia de un periodista llamado Marco Travaglio sobre la manipulación de los medios de información en Italia. Es que no puedo dormir la siesta porque voy por el tercer café.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me he descojonao.