domingo, 9 de noviembre de 2008

Aplicación práctica del eterno retorno

Me despierto con un horrible dolor en el bajo abdómen. Soy la única persona que conozco que tiene la regla dos veces en un mes. Otras veces me quedo tumbada en la cama mirando al techo y pensando de qué absurda manera perderé las horas de día que me quedan por delante. Esta vez el dolor hace que salte de la cama y me precipite sobre la caja de analgésicos.

En la cocina el sol me golpea en la cara a modo de buenos días. Escribo un par de impresiones que rumié la noche anterior antes de dormirme. Preparo café. Recuerdo de repente la tarta olvidada en el horno. Me siento y espero a que la cafetera termine de escupir la mezcla de agua y café molido milagrosamente convertido en el líquido negro en el que mojaré mi generoso trozo de tarta. Pienso en Proust mientras lo hago. Supongo que este tipo de asociaciones son lo que diferencia a la gente que lee de la gente que no lee nada en absoluto. La vecina de enfrente pensará en los ingredientes de la tarta o en que ha puesto demasiada agua en el café, o, quien sabe, quizá se cuestione por sí misma el sentido de la existencia o intente hacerse una idea aproximada de la infinitud del universo. Yo recuerdo estúpidamente una escena de un libro pero es demasiado pronto para evocar las sensaciones de la infancia. Quizá siempre sea demasiado pronto, o demasiado tarde. Fumo un cigarro.

He encontrado algún libro por internet. Da la maldita casualidad de que el primero con el que me he topado ha sido La náusea de Sartre. Sartre era un señor que se me antoja pesadísimo, y además yo cometí el error de leer antes El pozo de Onetti. La náusea tiene el peligro de provocarte la náusea, ¿será ese su mérito?. El libro del desasosiego paradójicamente tiene la virtud de calmarme, pero el Libro del desasosiego está en Perú, en manos de un niño en taparrabos. Me canso enseguida de Jean Paul. No puedo dejar de imaginarlo en un sucio apartamento de París con Simone recostada sobre una mecedora vieja. Abro Facebook con la esperanza de que Andrea haya cambiado su dañina frase "Haciendo las maletas". Sigue ahí. Él hace las maletas, yo hago el gilipollas. Y el ridículo. Y mientras me jodo tranquilamente la vida.

Voy de un lado a otro sin destino ni objetivo aparente. De la viñeta del Roto, a un artículo de Millás, a un blog que pretende imitar el hastío por la vida de Michel Houellebecq, para volver a la náusea en su sentido literal y metafórico. Son las dos. Me llama Mari para preguntarme qué coño hice ayer. Respondo en un balbuceo que podría pasar por italiano (solo porque ella consigue extraer significado a mis palabras) que me dolía la tripa horriblemente y me quedé dormida leyendo a Sartre. No es verdad. Cené con Francesco, follé con Francesco, Francesco se fue y entonces yo me quedé con Sartre. No, no voy a ir a la biblioteca esta tarde pero si quieres luego paso a recogerte. Y colgamos. Tiendo la ropa, lavo los platos mientras escucho Stuck in the middle with you. Me siento de nuevo frente a la pantalla. Encuentro un artículo sobre Onetti escrito por Vargas Llosa en el País. La vida es casualidad. Corto, pego y se lo mando a Willy por email, más que nada por matar el tiempo.

Las dos y media. ¿Debería comer?

Minutos más tarde estoy comiendo pasta con sabor a nada. No es que esté sosa, es que no sería muy diferente masticar aire, o nieve. Mientras mastico solo puedo pensar en el cigarro de después. Esto a veces también me pasa mientras follo o mientras escucho a alguien contar batallitas. El lado insípido de la vida.

Suena otra vez el móvil. Riccardo al otro lado me habla de una fiesta en San Marco esta noche. Esta vez tengo que esforzarme un poco más para hacerle llegar mis palabras. A las siete y media en la estatua de Carlo Goldoni. Mucho mejor que quedar debajo de un oso y un madroño. No echo de menos Madrid. No echo de menos a mi familia, no echo de menos nada que no sean mis libros.

Ahora tengo que volver a fregar los platos. La vida es un círculo de hacer y deshacer sin sentido. No sé si la culpa la tiene el existencialimso que me he metido entre pecho y espalda a lo largo de mi vida, pero si abres la cama sabes que tendrás que hacerla de nuevo, si lavas la ropa sabes que volverá a ensuciarse, si te enamoras sabes que te tendrás que desenamorar, o que tendrás que sufrir porque se desenamoran de ti, si estás en este mundo significa que tarde o temprano tendrás que morirte. Y así con todo. Mientras tanto puedes beber en las fiestas y sonreir, y abrazar y pasar horribles tardes de lluvia escuchando canciones de amor desesperadas, cuidar ese colesterol, aprender a cocinar, salir a la calle con tu vestido nuevo, o hacer senderismo.

Me gusta Riccardo porque es de esas personas que parece no darse cuenta de que todo es un poco absurdo y cuando estoy con él a veces a mí también se me olvida. Supongo que eso es lo que se llama saber vivir. (¿Sigue existiendo ese abominable programa para viejas con diabetes en España?). Toda mi ropa está mojada, no sé qué demonios voy a ponerme y esa es la gran preocupación del día. Enciendo otro cigarro.

Todavía tengo que fregar los platos.

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