Esta tarde empiezo un curso de crítica teatral.
No es que me interese, es que necesito ocupar mi tiempo.
Tengo uno de los problemas más graves que puede tener una persona de mi naturaleza: no tengo libros aquí. De verdad. En mi maleta traje un libro de Arthur que tendrá como sesenta páginas (las cuales he leído unas tres veces) y los pocos que he podido comprar aquí están en italiano. Hay una diferencia abismal entre leer en español y leer en italiano. Quiero decir, leer en italiano, de momento, es traducir. Leer en italiano significa tener al lado un diccionario porque las páginas están repletas de pequeños obstáculos. Le he pedido a mi madre que me mande algunos pero están tardando en llegar. Es más, creo que ahora mismo un niño del Perú está ojeando el libro del desasosiego de Pessoa.
Así que, como habéis podido comprobar, estoy empezando a enloquecer.
El curso consiste en asistir a obras de teatro (imagino, carentes de todo tipo de interés), tener la suficiente voluntad para no dormirse, y mandar a continuación un informe con una opinión argumentada. De esta manera, aprendo italiano, aumento mi aversión hacia las obras teatrales representadas por comeflores inexpertos, y comprueblo, de paso, el límite de mi resistencia física y mental. Será interesante ver dónde acaba mi tolerancia.
Ayer estuvimos en casa de Élena. Comimos galletas mojadas en vino blanco y después me fui, alegando que tenía que dejar una relación.
Y lo hice. No sé si me habré equivocado, seguramente si, pero me siento un poco mejor.
Le quiero, pero me quiero más a mí.
Cita en Malasaña.
Hace 9 años
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