A diferencia del resto del mundo a mí no me caen bien los simpáticos.
No le encuentro ningún atractivo a la bondad, me aburre, y siempre termino asociándola a la estupidez.
De esta manera, está claro, me atrevo a establecer la correspondencia: bondad-estupidez, maldad-inteligencia.
Pero esto es algo que ya sabemos. Últimamente repito demasiadas obviedades, y creo que tiene que ver con mi contacto superficial con el mundo. El contacto diario con la gente te lleva a transitar un mayor número de lugares comunes, ¿verdad?
Estoy en baja forma. Advierto. También física. Resulta que he tenido que ir a una farmacia para que me tomasen la tensión: baja, pero no demasiado. Entonces, me pregunto, ¿por qué me mareo? -¿Por qué me mareo, Señor Farmacéutico? -Puede que sea por el estrés, -me responde el señor farmacéutico-. Y yo le miro y asiento dócilmente mientras comienzo a revisar mi historial semanal. La interminable lista de cosas por hacer no es algo que, sinceramente, me quite el sueño. No señor. Total, si no las hago tampoco pasa nada porque nos vamos a morir igual. En el archivo de las existencias no hacen constar cosas como “Diana Nuño, se retrasó dos semanas en pagar el alquiler de la casa” Procuro preocuparme por las cosas que dejarán huella y a lo demás he aprendido a quitarle importancia.
Puede que se deba a la alimentación. ¿Comes bien? –me pregunta el Señor Farmacéutico-
-Como bien, Señor Farmacéutico. Y me encojo de hombros para darle a entender mi desconcierto. Y continuo elaborando hipótesis, hurgando en mis circunstancias. ¿A qué se debe este estado físico deplorable? El S.F me pregunta si bebo bastante café. Desconocía que hubiese una dosis recomendable de café diario, es más, siempre he oído que beber café no es demasiado saludable. Señor Farmacéutico me recomienda beber al menos cuatro cafés diarios. Y agua, mucha agua.
De camino a casa estoy decidida a afrontar mis días futuros bebiendo exageradas dosis de cafeína. Ahora no me desmayaré en la biblioteca pero dentro de unos años moriré de infarto. Ahora recuerdo un párrafo de un libro de Julian Barnes. Copio y pego.
“Todos vamos a tener un cáncer o una enfermedad cardíaca. Hay dos tipos humanos, básicamente, personas que reprimen sus emociones y personas que las dejan salir como un torrente, introvertidos y extrovertidos, si lo prefiere. Los introvertidos, como es bien sabido, tienden a interiorizar sus emociones, su ira y el desprecio por sí mismos, y esta interiorización, es igualmente bien sabido, produce cáncer. Los extrovertidos, por el contrario, dan rienda suelta a sus emociones alegremente, se enfurecen con el mundo, desvían el desprecio por sí mismos hacia los demás, y este esfuerzo excesivo, por un proceso lógico, causa ataques cardíacos. Es una cosa o la otra. Da la casualidad de que yo soy un extrovertido, así que si lo compenso fumando me mantendré como un ser humano perfectamente equilibrado y sano. Ésa es mi teoría. Además, soy adicto a la nicotina, lo cual facilita el fumar."
Estaba destinada al infarto de todas formas.
Y entonces llego a casa a las siete en punto. ¿Por qué? ¿Por qué demonios llego a casa a las siete en punto? Porque si recordamos episodios anteriores, Andrea tenía pensado pasarse por mi casa a esa hora. Tenía pensado indica un tiempo pasado, indica posibilidad y por lo tanto no afirma nada en absoluto. Por eso lo utilizo, porque ahora son las nueve. No es que sean las siete y media y albergue cierta esperanza de que me llame dentro de un rato. No es que me haya mandado un mensaje para decirme “oye, me retraso un poco, te pego un toque luego” Son las nueve y he tenido que cambiar mis planes.
Podría llamarlo estrés, por qué no. Podría decir estoy estresada cuando en realidad quisiera decir que estoy jodida. Pero si el Señor Farmacéutico estuviera aquí (no imagino como podría darse esta hipótesis) me daría la razón. Me mareo porque me gustan la gente hija de puta.
Pero qué es mejor, ¿Vivir con el miedo de caerse al suelo o no sentir absolutamente nada?