sábado, 10 de enero de 2009

Llenar el vacío

Tengo que encender un cigarro para escribir. Siempre tengo que hacerlo. Quiere decir que todo el tiempo que estoy frente al ordenador debo tragar obligatoriamente humo. Una amiga mía dice que no puede conducir si no fuma. Yo no puedo escribir si no fumo. El problema es que ella no siente la conducción como una necesidad vital, así que es probable que ella no muera antes de los treinta años de cáncer de pulmón.

Ayer llegué a casa moralmente destruida. Pensé otra vez en el suicidio como única alternativa, porque una vez que se ha tocado fondo tantas veces cambiar de ciudad termina pareciendo poco. Sin salidas a la vista (a pesar de la panorámica de futuras opciones posibles que, amablemente y con toda la sutileza del mundo, me presento A. en la cafetería) volví a cuestionarme el porqué de mi naturaleza depresiva. Pense de nuevo en Carson McCuller, y luego en Virginia Woolf, y más tarde en Sylvia Plath y en una frase de esta última "Le hablo a dios pero el cielo está vacío." que no sé por qué me vino instantáneamente a la cabeza. Esa era mi imagen: una chica de veintitrés años, sentada en la cama, mirando a un punto indefinido en el espacio de una pequeña y fría habitación. Pensé en esta frase, la repetí unas cuantas veces en mi cabeza. "Le hablo a dios pero el cielo está vacío". Después pensé escribir algo al respecto pero inmediatamente después consideré que sería absurdo escribir cualquier cosa, que no serviría para nada, que aunque elaborase el texto más perfecto de todo lo que se ha escrito hasta ahora en el panorama literario, simplemente encontraría vacío al otro lado. Incluso si llegaran a publicarme otra vez algo de lo que he escrito, el vacío seguiría estando ahí, tragándose todo lo que yo pudiese llegar a escribir, devorando mis esfuerzos como un gran agujero negro que destruiría inconscientemente toda la energía que fuese capaz generar. Y entonces lloré un poco. Lloré durante unos minutos porque no era justo que toda la intensidad de mis emociones encontrase siempre ese oscuro final. Luego se me pasó un poco y me ví ridícula y adolescente.

Después me enteré de que en España ha estado nevando estos días. Me lo dijo un amigo. En un principio me dio exactamente igual, quiero decir, lo tomé como una anécdota a la que quizá pudiese recurrir en algún incómodo silencio en mitad de una conversación insustancial de esas tan comunes, pero después mi amigo me mandó unas cuantas fotos. No sé si he contado ya que las personas felices me dan a menudo ganas de vomitar, por lo tanto, tiendo a rodearme de gente con tentencia a la tristeza, mejor o peor llevada. Este amigo mío es de los que la han llevado muy mal y ahora la llevan un poco mejor. De cualquier manera, me hizo mucha gracia imaginarlo haciendo fotos a la nieve, a las calles de esa ciudad muerta y obsoleta cubiertas por un espeso manto blanco. Me hizo gracia al principio, después me enterneció, y me vi de repente invadida por un gran amor hacia la humanidad. Qué gracioso que a veces solamente unos copos de nieve hagan olvidar todo el absurdo que llevamos a las espaldas, y que así porque sí, nos pongamos a hacer fotos como locos, volviendo de nuevo a ser niños pequeños que no se preguntan el porqué de las cosas.

La conversación acabó y yo volví a sentirme sola y a pensar en escritores suicidas. Después me cansé. Me cansé de mi misma y de mi habitación así que hice una llamada. Sería la una y media de la madrugada pero necesiba salir un poco a despejarme. Aproximadamente una hora más tarde me encontraba en otra habitación, esta vez en compañía, hablando de todo lo que no había podido digerir yo sola. A veces ayuda hablar. Ya sé que siempre he dicho que no, pero parece que si uno es capaz de verbalizar toda su angustia a la persona indicada, la angustia, si no desaparece, se hace un poco más llevadera. Me sentí menos sola. También puede ser que el ron tuviera algo que ver. El caso es que me dormí algo más en paz conmigo misma y con la humanidad.

A pesar de las pesadillas nocturnas, (que E. se ha encargado de soportar, ya que, según contó esta mañana, me retorcía en la cama como si estuvieran matándome) (Lo que me ha llevado, lógicamente a pensar que puede ser que en cada sueño muera un poco y, consecuentemente a contraer un ligero temor a la noche) esta mañana todo era un poco distinto. En la calle hacía menos frío, los perros pequeños volvían a hacerme gracia, las luces que se reflejaban en los canales volvían a ser extremadamente cautivadoras. En definitiva, ir hasta aquella casa fue como un proceso de desintoxicación. E. me ayudó a pasar el mono y ahora estoy bien, y me siento con fuerzas, y de repente me he acordado de las fotos que me mandó mi amigo. He vuelto a abrir la carpeta y, en efecto, se trata de las fotos más tristemente enternecedoras que he visto en mi vida. Me dan ganas de llorar y de sonríer al mismo tiempo.


A veces el cielo está vacío y, a veces, lleno de nieve.

4 comentarios:

Chafan dijo...

Diana, hostias, al menos tienes posibilidá de encontrarte con Daniele Liotti, que a mi me pone que es una cosa mala, cómo está el amigo!!

Te podrás quejar, me cago en la puta, si me he ido "comiendo" tus textos y estás en un no parar. No me jodas, follando una no puede parar a quejarse, no eh.

Anónimo dijo...

siempre hay esperanza

Diana dijo...

Joder con Daniele Liotti.

Solamente puedo decir eso. En el día de hoy. Diré esto y no diré nada más.

Siempre hay esperanza. No con Daniele Liotti, pero siempre hay esperanza.

El mundo me parece mucho más injusto ahora.

Chafan dijo...

Ese cuerpo vino a ser felipe el hermoso en juana la loca, de vicente aranda. Lo digo por si.