Llegué a casa después de haber dejado a E. Llevaba cerca de dos semanas manteniendo dos relaciones contemporáneamente. Ahora, había llegado al punto en el que una de ellas se impone sobre la otra, en la que uno de los candidatos gana terreno y te obliga a elegir una opción.
En realidad, cuando salí de casa sobre las 20:30, no tenía en absoluto intención de dejarle, pero así es como se desarrollaron los acontecimientos. Y, para ser sincera, fue más fácil de lo que imaginaba en un principio. Lo encontré en el bar de siempre, algo borracho. Ni siquiera teníamos una cita; fue un encuentro casual. Se alegró infinitamente de verme, (a pesar de que hizo lo que pudo por contener su emoción.) Hablamos un poco sobre temas de la vida práctica, y después llegaron unos cuantos amigos con los que no me apetecía nada intercambiar impresiones, y a los que por tanto, ignoré consecuentemente toda la noche. El único contacto que tuve con ellos fue que alguno, de vez en cuando, llenaba mi vaso de vodka. Yo lo bebía sin rechistar. Poco a poco fui emborrachándome. Cuando bebo me convierto en una persona más afectiva de lo habitual, así que, a pesar de mi propósito de mantener las distancias, no pude evitar dirigirle a E. algunas miradas furtivas pidiendo amor. También por aburrimiento y por cansancio. De esta manera me propuso cenar en su casa. Yo acepté un poco inconscientemente, y mientras caminábamos hacia su casa, (yo sin mucho convencimiento) le confesé lo que había pasado con R. la noche anterior. En realidad llevaba sucediendo un par de semanas, pero me había propuesto que le haría conocedor de la historia de una manera progresiva. Me dijo que me fuera a casa. Me dijo que no quería verme más. Sentí, y me siento quizá algo culpable por ello, que me había quitado un gran peso de encima. Me quedé inmóvil en mitad de la calle, sin poder pensar en nada durante unos minutos. Luego encendí el Ipod y me puse a caminar pensando que mi vida era una película, que algún director del mundo debería interesarse por mis historias y hacer una película sobre mí. Cuando mi Ipod cambiaba de canción, en ese intervalo de silencio entre las dos canciones, volvía a sentirme un poco triste y sola en el mundo. Luego Otis Redding ponía banda sonora a mi vida y pensaba en R. y me sentía enamorada. De cualquier manera no barajé, ni por un momento, la posibilidad de volver a llamarle para darle explicaciones. Caminé despacio por las calles, deteniéndome a veces a contemplar los canales, alguna tienda de zapatos, las luces de las calles, las estrellas.
Cuando llegué a mi portal, recé para no encontrarme con ningún ser humano despierto en casa. Desde fuera no pude ver ninguna luz, así que entré con esperanza. Nada más abrir la puerta, el gato vino a saludarme. Se tumbó en el suelo como hace siempre que quiere que le acaricien. Le hice el par de carantoñas de rigor, un poco por obligación, y después trasladé mis objetos (unos cuantos libros, mi libreta, y el portátil) hasta la cocina, que, a pesar de la temperatura bajo cero, es donde verdaderamente puedo escribir. De repente, escuché un ruido en las habitaciones del fondo. Pensé que sería el gato, últimamente está un poco inquieto. Abrí mi correo, encontré un par de mails prescindibles, releí lo que había escrito el día anterior, me cabreé conmigo misma por tener tan poca imaginación, y me concentré en la tarea de la corrección, que tantos quebraderos de cabeza me está dando. En ese momento se abrió la puerta de la cocina. Entró un cuerpo. Era mi compañero de piso. Miré su expresión para hacerme una idea de lo que me esperaba. Las personas, aunque traten de ocultarlo, tienen distintas caras si están predispuestos a la conversación o si por el contrario, no les apetece que te dirijas a ellas. Mi compañero de piso me miró unas décimas de segundo y yo pude descifrar en su expresión ambigua que tenía ganas de cháchara. Así fue. Me preguntó qué tal, le respondí que bien. La gente nunca se conforma con un “bien”, la gente siempre quiere saber más.
- ¿Cómo has vuelto tan pronto a casa?
- Hacía mucho frío en la calle.
- Si, la verdad es que hace un frío… ¿Y dónde has estado?
Soy, normalmente, una persona más bien parca en palabras. Me siento un poco incómoda cuando la gente me interpela de esa manera. Es como si quisieran entrar en ti sin tu permiso, como si, de alguna manera, te violasen. Después de responder, más o menos, a la entrevista, mi compañero de piso quiso enseñarme algo que estaba interesado en comprar. Cogió mi portátil. Yo cerré inmediatamente la ventana con el relato que había comenzado a corregir. Tecleó una dirección, llegó a un foro. Dentro del foro, pinchó en una dirección. Yo, mientras esto tenía lugar, miraba a mi alrededor buscando al gato, buscando cualquier otro punto de apoyo. A los pocos minutos apareció una imagen en la pantalla. Era una silla que simulaba ser un coche de carreras. Mi compañero de piso, actualmente, tiene instalado en su dormitorio un par de pantallas, frente a las cuales ha colocado un volante y un asiento, éste, algo menos especializado. Me miró. Sonreí porque pensé que es lo que se esperaba de mí en ese momento. Miró a la pantalla, volvió a mirarme. Sonreí un poco más, porque pensé que no habría tenido suficiente. Después le dije que parecía cómodo. “Ochocientos euros”, respondió él orgulloso. Le miré con la misma sonrisa estándar e inexpresiva. “¡Madre mía!” Contesté yo, sin saber muy bien a lo que me refería. Después comentó algo sobre que había quedado en el primer puesto en una carrera por Internet, que estaba contento. Luego habló sobre otras cosas, que ahora mismo no recuerdo bien.
Cuando se fue me sentí prácticamente sin ninguna energía. No me apeteció corregir nada. Además hacía mucho frío en la cocina. Decidí irme a la cama. Pensé en esos ochocientos euros. En esta casa hace frío porque mi compañero de piso no quiere gastar mucho dinero en calefacción. Pasamos frío porque prefiere tener una puta silla con un volante para simular que es un piloto de fórmula uno.
Ya en la cama, a punto de dormirme, recibí un mensaje de E. Me decía que tenía pensado suicidarse dentro de dos años. Que ahora lo sabía. Había pensado estar conmigo ese tiempo pero yo había cometido un terrible error y sería imposible que volviésemos a vernos.
El mundo está enfermo.
Cita en Malasaña.
Hace 9 años
4 comentarios:
Me ha gustado mucho el final, el mensaje de E.
la vida del artista es dura.
he visto que tienes 23 años.
con un poco mas de tiempo es posible que pierdas la proteccion del cinismo anticipado, y que esto te ayude a escribir lo que exactamente quieres.
espero que ocurra, tienes talento y se disfruta con leerte
me gustaria saber cual es tu director de cine preferido (tal vez kubrick?)
Que asco de comentarios hacéis. Diana deja de escribir porque para que lo lea esta gentuza...
hm, la veo mal
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