martes, 21 de octubre de 2008

Sbagli

Ayer: día de infinita tristeza en el que las palabras no sirven para nada. De usarlas en exceso a pesar de conocer su invalidez inmediata en el discurso. Día en el que vuelvo a pensar en que el amor (o cualquier sucedáneo llamado tempranamente amor) solo nos desvela las propias miserias, la desnudez absurda de nuestra cobardía y, en definitiva, de nuestros defectos. Día de la incomunicación y el desencuentro. veinticuatro horas que han pasado como otras veinticuatro horas cualquiera y que sin embargo han servido para hacerme sentir al humano lejano, hostil, miserable, egoísta y despiadado con su especie.

Día de desconfianza. Y cuando uno deja de creer se da cuenta de que no queda nada.

Por suerte los golpes siempre significan empezar de nuevo.

Por suerte no queda más remedio que volverse indestructible.

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