Antes de proclamarse conocedor de un idioma conviene someterse a la dura prueba de imapartir una clase de la misma. Vengo de dar mi primera clase de español. Cuatro años estudiando gramática y sintaxis, tantos exámenes, tantos libros a las espaldas y me doy cuenta de que no tengo ni puta idea de porqué se usa el subjuntivo en una concesiva, o de que al menos no tengo ni puta idea de explicarlo. De cualquier manera 20 euros la hora.
Este fin de semana me he visto forzada a abandonar esta ciudad. Me he exiliado voluntariamente un par de días con la intención de alejarme de las noches venecianas en Santa Margherita, de cambiar un poco de aires y, sobretodo, de poner tierra de por medio entre Andrea y yo, ya que las tentativas de mantener cierta distancia cuando le veo han resultado imposibles. El destino elegido, aprovechando que Francesco and company estudian allí, ha sido Milán.
Resulta que Milán es una ciudad gris, repleta de tiendas carísimas y de gente que compra habitualmente en ellas, con una gran catedral, un castillo, un parque precioso, y muchas discotecas donde la gente luce la carísima ropa que compró en las tiendas. Capital de la moda. Tiendas vintage, Gucci, Armani, Prada, y un largo etcétera...Se confunden en mitad de la niebla milanesa tipos con el pelo engominado, modelos anoréxicas, gafas enormes, maricones buenorros a la última, putones de uñas rojas y escotes de vértigo y perros enanos con abrigos de la temporada otoño-invierno.
De cualquier modo he pasado un buen fin de semana. Evito la crónica extensa del viaje porque siempre me resulta aburrido y predecible leer este tipo de cosas de otras personas. Diré brevemente que he bebido, follado, fumado porros y he visto un partido de fútbol con tres tíos en calzoncillos tirados en el sofá. Me negué en rotundo a ir a una de esas discotecas para deficientes de veinte euros la entrada sin consumición, así que salimos por la que debe ser la Malasaña de Milán, donde todo el mundo bebe y se jode de frío en la calle.
Francesco tiene una casa espectacular. Lo mejor del viaje, puede parecer extraño, pero han sido las duchas. Mi cuerpo y mi mente han experimentado minutos de verdadero placer en ese baño blanco inmaculado. Qué alegría despertarse por la mañana seducida por el olor del café que te llama desde la cocina para abandonarse después a la presión del agua sobre el cuerpo y a la caricia del gel con olor a vainilla. Fabuloso.
Volvía el domingo. El tren partía de Milán a las siete y llegaba a las nueve y media a Venecia. Vine con Marco y con Stefano pero tuve que sentarme en frente de una pareja de americanos que me dediqué a estudiar escrupulosamente todo el camino. (Tampoco es que me apeteciera mucho hablar así que finalmente fue lo mejor.) La fémina de esta curiosa pareja atentaba contra su salud mental concentrando su atención en la Women' Health mientras el tipo tecleaba compulsivamente algo que parecía ser de vital importancia en su Mac. Intercambiaron a lo sumo cuatro palabras en todo el viaje: ella dedicaba a llenar su cabeza de mierda y, de vez en cuando, la compartía con su compañero señalando alguna página curiosa con su dedo índice. Éste, por su parte, se limitaba a componer una breve y extraña mueca que, entendí, pretendía pasar por una sonrisa cómplice para a continuación volver a su frenético clac, clac, clac.
Llegué exhausta, con la idea de quedarme en casa para poner un poco de orden en la habitación y en mi cabeza, pero, como era de esperar, recibí un mensaje de Ángela y me lancé inmediatamente a la calle. Y para ser fieles a las buenas costumbres nos citamos en los alrededores del Chet bar, cosa que también pensaron Andrea y sus amigos. Así que, todo el esfuerzo que supuso mi viaje a Milán, mis tácticas de autocontención, mis buenos propósitos, se fueron a la mierda en cosa de tres segundos. Apareció él y me olvidé de razones obvias por las que debería olvidarme de él. Y, está claro, después del último y amargo beso volví a recordarlas todas una por una y a añadir unas cuantas razones más (que volveré a olvidar en cuanto vuelva a verle). Así es este asunto del amor.
No se puede escapar de esta mierda con un simple tren.
Ayer volví a cagarla, es un hecho.
Demasiado vodka ruso, demasiado prosecco, demasiada mezcla. Demasiadas ganas de que hicieran efecto. Volví a cagarla pero esta vez a conciencia, sabiendo que la estaba cagando. Y me dice que espere y le miro y sé que no puedo esperar pero sé que tampoco puedo no esperar.
Como siempre todo es cuestión de tiempo.
Cita en Malasaña.
Hace 9 años
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