jueves, 23 de octubre de 2008

Recompensas

Hay determinadas cosas que se les ofrecen a las personas como compensación. En la vida siempre es así. A la gente que dejó atrás la juventud se le otorga en la vejez cierta autoridad por el mero hecho de ser viejo, a los gordos y a las personas con atributos físicos de desmedida fealdad el destino se encarga de atribuirles, por ejemplo, una entrañable simpatía (a veces), las mujeres que conocen hombres con el pene pequeño se consuelan diciendo "la sabe utilizar" y así un largo etcétera de pequeños favores que nos hacemos los unos a los otros para evitar el suicidio colectivo.

Pues bien, a mi, que gracias a Dios (a cualquiera de ellos) todavía no he tenido que ser indemnizada debido a ninguna de estas desafortunadas circunstancias, también ahora me ha llegado el turno. Después de enfrentarme a la maldad encarnada en hombre y de sufrir el desamor y todo lo que ello conlleva en este caso (humillación, vejación, cuenta de teléfono de cifras astronómicas....) la vida por fin me recompensa. De esta manera, ignorando lo que sucedería después, he ido a la biblioteca de Zattere (otra vez) quizá, para qué negarlo, fantaseando con la idea de encontrarme casualmente con este desagradable tipo que ha arruinado una semana entera de mi erasmus, cuando de pronto me he cruzado con al hombre más jodidamente guapo que he visto y veré en mi vida. Casualmente también es amigo de Roberta y, si, casualmente Roberta estaba allí para hablar con él y con sus amigos y para que yo pudiera de paso intercambiar tímidas y furtivas miradas con él.

Se llama Filippo (siempre podré llamarle Fili, o pipo. Bueno, siempre podré llamarle Felipe) y es, de verdad, no exagero, un puto anuncio de Calvin Klein. Castaño, calculo que 1'85, ojos azules, boca increíblemente bonita, cuerpo atlético. Total, que me lo pienso follar. Ahora falta saber si él también está de acuerdo.

Por lo demás, no sé si será cuestión de retribuciones, pero sigo viviendo en un sitio en el que por las mañanas, nada más bajar a la calle, me llega un increíble olor a puerto. Yo no hecho méritos tales como para merecer la vida que tengo aquí.

Ayer no salí y eso quiere decir que hoy salgo por dos. Espero que Filippo tampoco saliera ayer y que, ya de paso, lleve sin follar un par de meses (no sé si pilláis el rollo).

Ah, y si, si he visto a Andrea. Le he visto mientras hablaba con Roberta de la nueva ley sobre educación que quieren imponer este absurdo gobierno. Los ojos de Roberta se han abierto exageradamente moviéndose a continuación de un lado para otro intentando señalar que algo horrible ocurría y yo he entendido perfectamente que todo era debido a la presencia de la puta de Andrea, que en paz descanse. Desde luego he actuado con total normalidad (o al menos eso es lo el podía percibir desde la distancia) y no ha habido ningún giro de cuello exagerado ni temblores ni sudores visibles. ¿Qué ha pasado? Que después de entrar en la biblioteca, salir de la biblioteca, llegar al muelle donde estábamos nosotras sentadas, hablar con sus amigos, volver a entrar y volver a salir, se ha ido sin que cruzásemos ni una sola mirada. Mejor. Yo he hecho como si no le viera y él ha actuado igual, solo que estaba claro que él si me había visto.

He pasado después toda la tarde leyendo cuentos de Borges, el ciego de los cojones, y de Cortázar, el tartaja, a los que la vida les compensó con un exageradamente reconocido genio artísitico. No quiero tener que leer estos cuentos, me aburren, ya los he leído y si no me los ha contado algún gilipollas con la mirada perdida como si volviese a leerlos en el infinito mientras tomábamos uno de esos interminables cafés. Junto con una tal Luisa Valenzuela (conocida mundialmente por su infame interpretación feminista del cuento de caperucita roja) y Mario Benedetti. Aboninables experiencias literarias las de hoy que espero subsanar otro día con el resto del programa: Augusto Monterroso, Galeano y César Vallejo.

Esta noche me compensaré a mí misma por el esfuerzo inimaginable que me he visto en la obligación de hacer. No tengo otra opción, si no lo hiciese correría el riesgo de romper la armonía universal, de formar una cadena de descompensaciones que sumirían a los humanos en un absoluto desconcierto y, porqué no, de terminar finalmente con la especie. Las cosas funcionan bien así, ¿no?

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