Nos sentamos en un banco en la plaza de Santa Margherita. Riccardo ha optado por el vino blanco, yo sin embargo bebo tinto. Damos pequeños sorbos a nuestros vasos de plástico y nos miramos. No hay más, solo vino, tabaco, una posible conversación que no sé cómo empezar y todo lo que dos cuerpos que se atraen pueden llegar a hacer en público. Riccardo me besa en la mejilla mientras yo saco un cigarro de la cajetilla. ¿Tienes tú el mechero?, pregunto. Creo que te lo he dado antes, me dice. Busco en el bolsillo del abrigo y encuentro únicamente kleenex usados. No sé dónde lo habré metido, le digo mientras hurgo en mi bolso repleto de cosas. Lo encuentro finalmente escondido entre las páginas de un libro. La primera calada pica en la garganta. Riccardo mira mi cigarrillo recién encendido con expresión dubitativa. Venga, yo también me fumo uno, dice al final, y repetimos todo el proceso como una especie de ritual previo a algún acontecimiento, como si esta noche fuese a suceder algo. Riccardo es un fumador a medias, en realidad creo que solo fuma cuando está conmigo, por eso tiene un estilo poco perfeccionado y siempre da la impresión de que el cigarro se le va a escurrir de los dedos. Mira al frente expulsando el humo y se deja caer sobre el respaldo del banco. Doy otro trago a mi vaso de vino mientras repaso mentalmente las anécdotas reseñables de mi día, pero no interpreto ningún signo de incomodidad en la cara de Riccardo, al contrario, parece disfrutar del silencio, así que opto por estar callada. La plaza está llena de gente que ha salido a tomar algo, de treguas al estudio y de copas después del trabajo. De repente Riccardo se arranca a hablar. Comienza a contarme algo que ha leído en un artículo sobre la expansión del universo, la energía oscura y otros asuntos relacionados. Escucho las diez primeras palabras, después me pregunto si realmente piensa que el tema puede llegar a interesarme. Uno se pasa la vida entera intentando sobrevivir a este tipo de discursos mientras sueña esperanzado con el después. Riccardo sigue hablando de explosiones espaciales y yo miro fijamente sus ojos verdes. Tiene los ojos tan claros que se le transparentan las ideas, los ojos de alguien tranquilo consigo mismo. Imagino que mis ojos están recubiertos por una membrana de caucho, o de algún otro tejido impermeable, impenetrable. No soy un humano, soy un depredador, mi sacrificio de esta noche será esperar callada en la oscuridad hasta llevarme la presa a casa. Horas de espera interminable por un orgasmo que te haga sentir que no estás muerta. Enciendo otro cigarro. Perdóname, te estoy aburriendo, observa. No, no, tranquilo. Le beso en la boca. Un largo y húmedo beso que activa los nervios de mi entrepierna. Riccardo me sonríe y hago el esfuerzo por contarle cómo mi compañero de piso ha sufrido en estos días un ataque de pánico y ha tenido que permanecer en casa. Le hace gracia. Él me corresponde con una anécdota de un amigo suyo que sufrió un ataque de pánico mientras conducía y casi se mata. ¿Me das otro cigarro?, me pregunta. Si, toma. Observo como lo enciende. Después me cuenta algo que ocurrió el verano pasado, un recuerdo con todo lujo de detalles. Las relaciones de pareja siempre son desiguales, uno es el dueño y otro es el perro, el esclavo, el siervo. Y no tiene nada que ver con la inteligencia, el mundo está lleno de estúpidos que llevan las riendas, sino, seguramente, con la seguridad en uno mismo. Yo no me atrevería a hablar durante diez minutos seguidos mirando al frente, dando por sentado que mi interlocutor está interesado en lo que digo. Soy el perro de esta relación y seguiría a Riccardo al fin del mundo aunque solo fuese para olisquear su entrepierna. Rio falsamente sin haber escuchado ni el diez por ciento de su historia. Después bostezo un poco de mentira. ¿Vamos a casa?, me dice dándome una palmada en el muslo. Si, respondo, vámonos. En ese momento comienza a llover. Mierda, digo. Riccardo me da la mano e iniciamos el camino a casa en silencio. Soy un coñazo, no puedo dejar de pensar en eso. Las calles se me echan encima como un escenario estúpido cayéndose a pedazos, me hablan de muerte y aburrimiento, de trabajadores cansados, de madres sin tiempo para teñirse el pelo, de parejas devorando pizzas al ritmo de un reloj despiadado, de borrachos con los ojos perdidos y húmedos que apuran los vasos de cerveza como si tragasen cuchillas de afeitar. La ciudad de cartón piedra deshaciéndose bajo una lluvia débil como pis de gato. Nos paramos en una esquina cerca de su casa. Riccardo se apoya en la pared, me coge por la cintura y tira de mí hasta apretarme contra él. En un momento dado pienso que nos vamos a poner a follar ahí mismo, pero Riccardo decide proseguir el camino. Llegamos hasta su portal, la puerta desvencijada que anticipa el reconocible olor a madera vieja de la entrada. Miro hacia atrás como buscando mi rastro, una baba pegajosa de tristeza, consecuencia de arrastrarme por las calles con el peso del plomo. Nadie en las calles. Todo está tan muerto como en una postal envejecida clavada en la pared, y la ciudad no es más que un recuerdo que se abre en la mente como una sonrisa amarillenta. ¿Subes o te quedas ahí? me dice Riccardo desde la puerta. Me quedo, bromeo. Hace como que cierra la puerta y espera unos segundos. Después abre de golpe, y yo entro guiñando un ojo. Subo las escaleras cansada, agarrándome a la barandilla. ¿Tienes sueño? me pregunta. No, nada, respondo, y me llevo su mano a la cara y la beso.
11 comentarios:
Me pregunto si mientras suceden las cosas te quedas con las sensaciones y despues las escribes ( y si es asi admiro tu precision) o si por el contrario todo es ficcion.
Aunque no quiero que me respondas en absoluto. Creo que es dificil escribir o vivir asi, tan intensamente.
Enhorabuena, estás en la senda. Conozco tu blog desde hace tiempo y compruebo que persistes en la construcción de una voz muy clara. Una especie de eco refrito de Bukowski (cómo no, qué joven a la última -y de la mano del genial Olmos- no va a venerar en su represión vomitada al gran Charles), Bret Easton Ellis, Miller (lo mejor que copias, que no lo que mejor copias) y ese egotismo baratoncio de Vila-Matas, que de tanto yo parece que hay que pedir disculpas por atreverse a existir siendo otro. Onanismo repetitivo que no ve más allá de su propio ombligo (o coño que pica y huele, para ajustarme a tu imaginario), porque el problema que tienes es que te limitas en lo mismo, siempre lo mismo, la misma mierda, todos son unos gilipollas a tu alrededor (menos mal que existen los badajos italianos) y tú siempre flotando por encima, sobre la mierda.
Pues eso, que estás en la senda. En la senda de los Olmos y de diletantes posmodernos de su estilo. Sigue a sí y te convertirás en una gran mierda de escritora (mierda, pero grande, que algo es algo).
Cada uno tiene su tema. Mi tema ahora es ese porque me apetece, y supongo que seguiré en él hasta que me salga de los santísimos cojones.
"En la senda de los Olmos y de diletantes posmodernos de su estilo"
Ayer en mi bar un gilipollas utilizó la palabra diletante hablando con unas chicas sobre Santo Tomás de Aquino y cosas varias de gran interés cultural.Os lo juro.
Que guay que useis esas palabras. Me enrriquecéis con vuestro vocabulario. Gracias gilipollas, os quiero.
Diana,ahora que me leo tu rollo más allá de las primeras líneas he de reconocer que me encanta. Y sí, podrias probar a escribir mal para variar.
eso.
No hagas caso a ese de la sombra y sigue poniendo sexo... en las entradas... por cierto yo me hago las pajas pensando en la relatividad de Einstein (raro ke es uno..)
muy buenas,
acabo de encontrar y leer, como ocurre.
Le diré que el aire bohemio es lo que mas intriga, empero yo personalmente hice bellos descubrimientos estudiando los misterios cosmologicos.
La así llamada "energía obscura" no es tema por subestimar - la definición engaña.
Se trata de lo que "todo atrae y mueve" sin saber porque, ni donde ni como. Es algo que hay.
En efecto vi anteriormente como relataba despectivamente, en el cohete de otro post suyo, que alguien le había "mirado el culo", y debo decirle que no es de excluir que se trate de una cuestión física parecida.
Habría, si es permisible, dejado en el texto los pétalos de las ultimas palabras al albedrío de algún verso.
Con muxo gusto
El tema de los Kleenex usados en los bolsillos de las chaquetas debería ser investigado por Stephen Hawking. Mi teoría particular es que hay una especie de portal espacio-temporal en los bolsillos que envía al pasado los mecheros y el papel de fumar y a cambio trae Kleenex usados de otras personas.
Sé que puede haber otras explicaciones, pero esta es la más respetuosa con mi higiene personal.
Hacía tiempo que no te localizaba y veo que sigues escribiendo tan de puta madre como siempre. Me alegro.
Un saludo,
Jim McGarcía
Me quedare leyendote me ha gustado muxo
1 beso wapa
Solo quiero saber si seguiras escribiendo en tu diario veneciano. Seria terrible que dejaras de hacerlo. Si ya eres feliz y por eso no escribes olvidalo, eso es una tonteria. Nadie como tu ha de dejar de escribir. Se que no tengo ninguna autoridad para pedirte esto. Olvidalo.
Hola. Te he descubierto leyéndote en "Algunas ideas buenísimas... " y tus posts terminaron enganchándome. Ahora he estado leyendo entradas anteriores y como he visto insultos y anónimos he decidido dejar un mensaje de apoyo. Me gusta cómo piensas o cómo escribes. Tus blogs son diarios geniales, gracias por compartirlos. Un saludo.
Joder, esto no me gusta. Demonios, he de confesar que los primeros comentarios, ya los había leido y no entendia nada, especialmente el segundo. Pero ahora ya lo pillo. Y creo que me ha pasado lo mismo con mi blog. Los lerdos de mi clase (sí, soy estudiante de instituto, con mucha honra) se sienten ofendidos cuando oyen la verdad, y soy yo el que me he de callar.
Si Diana quiere escribir sobre la gente, que escriba. Y si esa gente es toda mierda y ella cree que está por encima, pues muy bién, ya somos dos.
Ah, y los temas pseudo-filosóficos, metafísicos o la mierda que sea me provocan dolor de cabeza. Que alguien hable ya de Metallica.
Publicar un comentario