domingo, 22 de marzo de 2009

Venecia

Venecia, el parque temático. Venecia, la puta que abre sus piernas para dejarse penetrar cada día por cientos de turistas; la puta cansada con el cuerpo gastado por el uso, que se deja fotografiar a plena luz de día, cuando en sus calles no quedan apenas restos del maquillaje de la noche anterior.
He quedado con Èlena para tomar algo. La espero en la terraza del bar de siempre, bebiendo cerveza y fumando un cigarro detrás de otro. Sé que ninguna conversación nos llevará a nada. Su voz se convertirá en anécdotas que tragaré asqueada, pero me propongo matar el tiempo, solo eso, matar el tiempo y dejar de pensar en mí misma.

La ciudad repleta de anuncios que he escrito a mano. Chica española se ofrece como baby sitter, chica española, cuidadora de perros, chica española pone gustosamente el culo. Estoy deseosa de que me llamen, de convertirme en su puta, impaciente porque sus pollas me atraviesen las entrañas. Pido otra cerveza al camarero. Me enciendo un cigarro. A mi lado hay un grupo de borrachos celebrando que uno de ellos por fin se ha licenciado. Gritan y cantan. Uno de ellos se ha subido a una silla. Me pregunto si estas personas tienen conciencia de sí mismas. Miro el reloj de pared colocado detrás de la barra. Èlena llega tarde, casi veinte minutos. En realidad me da igual, ni siquiera tengo ganas de hablar. Que no viniese sería equiparable a encontrarse con un partido de fútbol en televisión, en lugar de la serie mediocre destinada a salvarte la noche del domingo, cuando no sabes qué hacer con las horas que tienes por delante y los minutos duelen como patadas. Si tuviese ganas de verla sería una jodienda, y como ella no está dentro de mí para saber que en el fondo, que venga o no, me importa una mierda, puedo tomarme la licencia de molestarme un poco.
Una pareja de turistas se sienta en la mesa de enfrente. Son rubios y gordos. Los dos. Los miembros de una pareja con el tiempo terminan pareciéndose incluso físicamente. Ambos llevan gafas de pasta, ambos calzan unas horribles sandalias en pleno Marzo. Mientras ojean el menú sus ojos indican que se comerían al camarero si pudieran. Una mano me toca el hombro. Me giro esperando encontrar el rostro de disculpa de Èlena, pero en su lugar me topo con uno de los borrachos de la mesa de al lado. Me pregunta si quiero tomar algo. Le digo que estoy bebiendo cerveza. Me mira sin entender. Levanto mi vaso a la mitad y lo muevo como un cencerro sin sonido. Gracias de todas formas, le digo. Me mira serio como si rumiase un pensamiento de gran profundidad. En realidad no sabe qué decir. Tiene ojos de gato. Vuelvo luego cuando hayas terminado, me dice. No respondo. En ese momento llega Èlena. Viene con dos bolsas repletas de objetos. Perdona, me dice, estaba hablando con Robi por teléfono. “Robi” es su novio, un chico algo mayor que ella que sueña con hacerse un hueco en el mundo del cine. No pasa nada, respondo condescendiente. He comprado algunas cosas, mira. Comienza a sacar libros de una bolsa. Cómo ver una película, es el primer título que leo. Me explica que la mayor parte de las veces uno ve una película prestando atención solamente a la historia, y que de esta manera, dejamos pasar los elementos más importantes. Pero es difícil de leer, demasiado complejo, me dice. Pienso que quizá deba comprar el manual de cómo leer el libro sobre cómo ver una película, pero dejo pasar la broma porque a Èlena esas cosas no le hacen la menor gracia. Me ciño al guión asintiendo sin mucho entusiasmo. Después caen sobre la mesa dos tomos sobre el cine de Kurosawa, y cuatro o cinco películas de autores italianos sobre los que no he oído hablar en mi vida. Los profetas de la técnica; ratas de inteligencia media con gafas de ver y escuadra y cartabón entre las patas. Manuales que crecen en sus cabezas como el pelo y las uñas de los muertos. El chico de la mesa de al lado me mira mientras se lleva un cigarro a la boca.

Una hora más tarde todos estamos algo borrachos. He cedido a las tentativas del borracho que resulta llamarse Stefano y me mira desde sus ojos felinos por encima de su copa de vino. Me habla de Portugal, de Brasil, de Senegal y de un montón de lugares en los que nunca he estado y probablemente nunca estaré. Me pregunto si Èlena se da cuenta de que quiere follarme a mí, y solo a mí, y que ella no es más que un bulto del que hay que deshacerse lo antes posible. Quizá si y simplemente esté aprovechando el alcohol que nos cae del cielo en esta época de sequía en la que ninguna de las dos tenemos un céntimo. Stefano habla de Modigliani como si lo hubiera conocido. Habla de Picasso. Poco a poco me voy habituando a los rasgos de su cara, a su boca y a las arrugas que se forman en sus mejillas cuando se ríe. Siento como el alcohol se agarra a las paredes de mi estómago. Me animo un poco, y me veo desde fuera soltando alguna que otra carcajada al aire. Mi forma de beber tiene algo de altruista. Sus labios se abren como en una pesadilla dejando ver una hilera de dientes blancos. Modigliani. París. En mi estómago se produce el típico incendio que haría que besases a cualquier hombre. De repente se acerca uno de los chicos de la mesa de los borrachos para anunciar que van todos a una fiesta. Stefano me pregunta si queremos ir. Me niego, me temo que no he bebido lo suficiente. Estás contra la espada y la pared, pienso. Ahora os llamo, dice al final. No es el amor lo que mueve el mundo sino el olor a coño. Los turistas se han ido, los borrachos se han ido, y solo quedamos nosotros que al fin y al cabo también estamos aquí borrachos y de prestado. Empieza a hacerse de noche y el viento en la plaza vacía y oscura me apuñala el cuerpo. No hay suficiente vino con el que poder hacer frente a eso. Creo que voy a irme, digo. Èlena me mira como un perro que no sabe qué instrucción obedecer. Stefano se apresura a ofrecernos la última. Balanceo mi vaso a la mitad con un gesto de inapetencia en la cara. La debilidad de su insistencia me permite levantarme y repartir besos de despedida. Yo me termino la copa y me voy, dice Élena. Sonrío y me voy sin mirar atrás. Después camino por las calles vacías sintiendo la mano muerta y húmeda de la ciudad hurgándome las tripas, el olor a podrido de sus canales y sus calles frías como la piel de un bonito cadáver al que nadie se ha atrevido a echar tierra encima.

12 comentarios:

Bocha dijo...

Hola que tal

Te felicito, ya que tienes un magnifico blog, es muy bueno, y se leen notas interesantes.

Soy Bocha, y soy el creador del nuevo blog Abran Cancha, te quería invitar a verlo, y a comentarlo. Muchos lo han calificado como imperdible, por tal motivo desearía saber tu opinión. Un abrazo grande y te espero.

www.abran-cancha.blogspot.com

Anónimo dijo...

Te felicito, conviertes la realidad en mierda.
Me gustaría ver tu cara cuando te la tengas que comer.

Diana dijo...

La vida es una gran mierda que esconde alguna que otra perla.

Supongo que eres tú al que le gusta la mierda ya que te quedas simplemente en ese plano. Idiota de los cojones.

mc dijo...

jajaja algunas frases son geniales, humor recien afilado!

Anónimo dijo...

No hay esperanza en tus textos. Ni un resquicio en la piel de la puta Venecia por donde no se meta la mierda.
Ese vacio en el estomago que te impulsa a besar locamente a cualquier hombre. Tienes razon. Nunca habia pensado en el.
Bravo Diana.

conde-duque dijo...

Muy bueno, sobre todo el principio y el final (y el anterior post).
Estaría bien que contases más cosas sobre la ciudad: el ambiente, sus calles, los edificios, la gente... En Venecia no se necesita más que abrir bien los ojos para hacer buena literatura. Aprovecha que estás allí.
Lo que me aburre bastante es la pose henrymillerista; hace 70 años podía escandalizar a alguien, pero ahora se queda en mera retórica repetitiva de coños, pollas y putas, aunque me parece perfecto si lo que buscas son lectores reprimidos y pajilleros. El morbito extraliterario y tal.
Un saludo.

Anónimo dijo...

Creo que no necesitas la negrita para realzar tus textos, ya lo hacen solos.

Anónimo dijo...

Conde Duque, como te llames.
No hay pose ninguna en Diana. Y ese es el motivo por el que gusta. La pose cansa a los dos posts como mucho y Diana nos deja siempre con hambre. O al menos me deja a mi. Y con eso me vale.
Por otro lado si crees que el principio y el final del post son buenos pero el estilo Henry miller de Diana te aburre soberanamente permiteme recordarte que el post comienza con la puta Venecia que abre las piernas para ser penetrada.
No entiendo que es lo que te gusta y te aburre del post entonces, te parece bueno el comienzo en el que Venecia abre las piernas (tan jodidamente Henry Miller) pero el resto te aburre un poco porque esta escrito con pose por y para los pajilleros?? No tiene sentido.
Ademas, que es lo que insinuas? que solo los pajilleros y reprimidos del mundo leyeron a Henry Miller ocultando un ejemplar de Tropico de Cancer debajo de la almohada? Tienes tu un ejemplar de Tropico de Cancer debajo de la almohada? Crees que yo, que sigo los posts de Diana soy una pajillera que devoro a los 13 los dos Tropicos y los dejo para siempre debajo de su almohada?
Y otra cosa,
Podias escribir tu a los 23 como Henry Miller? Lo intentaste? Lo hiciste bien sin que se te notara?
Henry Miller sabia muy bien donde estaban los hipocritas y no le temblo la mano al escribir sobre ellos.
Lo siento pero me ha parecido taaan estupida tu critica, tenia que decirtelo.

ErikPV dijo...

Un placer volver a leer algo tuyo.
Aunque amargo.

Así es la vida, un montón de patadas y capullos que nos rodean.

Anónimo dijo...

Lo que menos me gusta de tu movida es el rollo monjil

conde-duque dijo...

Emma, no te enfades que no es para tanto.
Ufff, me haces demasiadas preguntas, qué pereza... Creo que mi comentario era bastante claro, quizás si lo vuelves a leer te enteres mejor. Estoy seguro de que tú puedes. Ánimo.

Amigo dijo...

Te leo porque estás muy buena. Es malo?