Fue ayer, creo, o antes de ayer, no sé, he estado bastante borracha estos últimos días. El caso es que le vi aparecer con dos amigos, yo estaba en la plaza de Santa Marghe, bebiendo vodka y mirando a mi alrededor pensando que la única solución a todo este gentío absurdo sería esterilizar una por una a aquellas pobres e inconscientes almas que se llevaban los vasos a la boca y entonaban cánticos inteligibles. Camisa a cuadros y unas gafas de sol en la cabeza, la misma cara de cansancio, el mismo contoneo adornando su paso lento. La Rusa me hablaba de algo, creo que de antidepresivos, de sus incontrolables cambios de humor, en fin, de lo de siempre. Yo no escuchaba, claro, y ella como siempre seguía sin interpretar mis señales de que me importaba tres cojones lo que me estaba contando. Mira, Rusa, no tomes esas mierdas, creo que le dije, te matan el espíritu. Y ella siguió mirándome como reflexionando sobre la nadería que había dejado salir de mi boca mientras miraba hacia otra parte, buscando entre los cuerpos, el cuerpo, la camisa de cuadros. Y siguió a lo suyo, que no lo soportaba, que seguro que estaba con otra, alguna puta italiana, porque todas son iguales, me dijo, grandísimas hijas de puta disfrazadas de monjas, con sus sonrisas y su maquillaje como si no hubieran comido una polla en su vida, y luego unas hijas de puta. Estoy segura de que la Rusa terminará cargándose a alguien, algún día se le cruzarán los cables y zas, una puta menos. Y no seré yo quien lo desapruebe, en este mundo somos muchos. Menos italianas descerebradas paridoras de italianos descerebrados como ellas, porque, en eso si coincido con ella, esta gente solo piensa en poder parir algún día, y sus sonrisas de “nunca he chupado un rabo” responden solo a un solo fin: demostrar al macho italiano que son más o menos puras, un coño desgastado en Italia, sobre todo en Italia, se queda solo, y un coño solo, por suerte o por desgracia, no puede traer niños al mundo. ¿Crees que estará con otra?, si está con otra lo mato, Diana, te lo juro. Pensé en llenarla la boca de antidepresivos, visto que en pequeñas dosis no provocaban ningún efecto en ella, y después le di un trago al vodka que me llegó al estómago como un rayo, pam, fuego en las entrañas, pam, como un disparo en la boca. Y fue entonces cuando vino hacia mí y me dijo, hey, la misma voz de mafioso italiano, la misma voz de sodomizador, de violador de niñas. Yo sonreí desde mi incipiente borrachera y me encendí un cigarro. Después le ofrecí uno y él aceptó y me dio un beso cerca de la boca, pam, su aliento como un vaso de vodka. Después, el problema de siempre, encontrar algo que decir sin que parezca que intentas rellenar el silencio con lo que sea. Lo que sea fue la Rusa, que venía con la escopeta cargada y siguió disparando reflexiones al aire como fuera de sí. Yo, callada, mirando su paquete italiano por encima de mi vaso de vodka. El depredador anda suelto y actúa en silencio. Sigilosa como un felino, dentro de sí la violencia y el ansia animal de la sangre, dulces yugulares con sabor a perfume y loción de afeitado. Invítame a algo que no tengo dinero, le dije. Del resto de las cosas que se dijeron no recuerdo mucho. La Rusa fue a
saludar a un grupo de gente, nuevos oídos a los que martirizar con su metralleo imparable, y nosotros entramos en el bar más cercano, a medir nuestras ansias, a mirarnos las bocas, los ojos, a intuir los cuerpos debajo de la ropa. Yo whisky, ¿tú?, yo vodka. Y venga, pam, pam, pam. A nuestro lado había un grupo de erasmus bailando, o más bien, restregándose, gozando con el ruido y moviendo sus cuerpos como marionetas en manos de un tullido o de un retrasado mental. Vámonos de aquí, y él me dijo si, y por el camino intentó sacarme algunas palabras de la boca y yo le dije que no tenía ganas de hablar y que todo en este mundo me apestaba, que TODO estaba podrido y que no había remedio para la humanidad. Algo así le dije. Él se río y yo me fijé en sus dientes y en un lunar que descubrí en la comisura de sus labios y pensé que sería un buen comienzo, sin embargo preferí dejar la presa entera, aún no, me dije, aún no, quizá estaba demasiado borracha. Después él abrió la boca para decir algo, “esta mañana…” dijo, fue lo único que pudo decir, porque el depredador se lanzó sobre él, con la velocidad del águila imperial, zas, y se llevó por delante el resto de la frase. Las bocas, las salivas, los cuellos, lo de siempre pero distinto, porque siempre es igual pero distinto. Llegamos a otro bar, Postali, lugar de encuentro para la bohemia veneciana, artistas de pelo largo con restos de pintura entre las uñas que susurran conmovedoras visiones del mundo mientras beben vino. Estaba lleno, así que pedimos y salimos enseguida a fumar un cigarro tras otro. Me contó, por hablar de algo, cómo había ido su viaje a París. Estaba en mitad de un proyecto con gente del mundillo, decenas de parisinos en torno a una mesa debatiendo sobre la pertinencia del color magenta en la nueva creación. Después llegó un amigo suyo y se pusieron a hablar. Yo me puse a mirar el canal, con todas esas lucecitas que se reflejan en el agua y se mueven cuando pasa una barca. Un par de veces intentaron integrarme en la conversación pensando que me hacían un favor, ¿tú que haces aquí? ¿Estudias?, y otra vez a contar lo de siempre. Me sentía cada vez más borracha así que me decidí por la respuesta corta aún a riesgo de parecer maleducada o simplemente estúpida. ¿Qué coño te importa lo que hago yo aquí? Aquí no hago nada, como tú, y como el resto, nada de nada, tirar mi vida por la borda, a los canales, eso hago, intentar llevarme a tu amigo a casa para no pensar en mí y en mi infierno, y en el tiempo que pasa, eso hago, eso hago, ¿y tú qué haces? Tú me estás jodiendo el plan, así que búscate otro coño y déjame en paz. El tipo se fue cuando percibió el gran muro que había conseguido erigir entre nosotros y nos dejó solos. Venga, ya está, vámonos a casa, pero en ese momento alguien empezó a gritar, y todos giramos nuestros cuerpos en busca de los gritos, ¿Qué coño pasa? Y al parecer habían llegado cuatro bestias en una barca, bestias sin cerebro hablando dialecto veneciano, una gran confusión de manotazos y vasos que explotaban contra el suelo. Yo me alejé un poco de la puerta del bar, recuerdo que alguien me cogió del brazo y dijo, apártate, y que perdí de vista la camisa de cuadros, porque un hombre siempre debe estar en el meollo, sino es un maricón, es cuestión de orgullo, y después supe que eran sus amigos, no es casualidad, es que en Venecia todos son amigos de todos, todo el mundo se conoce aunque no se conozca, todo el mundo sabe qué hacen unos y qué hacen otros, y funciona la ley del más fuerte, incluso aquí, donde los instintos primarios se disfrazan de bohemia y quedan sepultados bajo conversaciones sobre el expresionismo alemán, sobre Mayo del 68, sobre cualquier gilipollez que quede tan lejos de nuestras vidas como cualquier otra cosa. El vodka, el alma, se me bajó a los pies, y tuve que vomitar, y después del vómito el beso no se puede concebir, así que me fui a casa y pensé, mañana no podrá ser, mañana es demasiado tarde, así que ni me despedí y pensé en los intereses de las personas, en cómo la gente continúa defendiendo su territorio como los perros y en que yo estoy demasiada cansada como para enfadarme, o al menos como para manifestar mi enfado y en que mis intereses me dan igual. Una hora más tarde, mientras mi cama giraba como una lavadora y mi cuerpo y mi mente centrifugaban, me llamó y me dijo, perdona, eran mis amigos, y estaba tranquilo, otra vez con su disfraz de bohemio, con su voz de soy artista de cada cierto tiempo viajo a París, me dijo, nos vemos mañana, y yo le dije, si, si, nos vemos, mentira, y ni siquiera le pregunté cómo había acabado la pelea, todas las peleas terminan igual, es decir, nunca muere nadie, y lo interesante sería que alguien muriera, que murieran todos, por gilipollas, la tercera guerra mundial, por fin, pero por el contrario solo unos cuantos ojos morados, unos cuantos vasos rotos, qué culpa tendrían, y al día siguiente poder contar la batalla, exagerando los hechos, por qué no, y en definitiva, otra historia anodina que relatar mientras los estómagos digieren las cervezas, sin ningún muerto, sin ninguna consecuencia. Nos dimos las buenas noches, hasta mañana entonces, si, hasta mañana, y colgamos y su voz resonó en mi cerebro como un eco durante un rato, luego apagué la luz y me quedé sola.
Cita en Malasaña.
Hace 9 años
6 comentarios:
Pero su paquete, ¡su paquete!, ese paquete italiano que se veía como si flotara sobre el vodka -mi alma-, dejó un recuerdo duradero en mi mente.
Al día siguiente me desperté bruscamente, con la luz del sol entrando vilmente por la ventana, apuntando a mis ojos como si fueran dos dianas desgastas por el paso del tiempo y las puntadas de la vida.
Pero durante la tarde, a lo largo del despertar torpe de mi conciencia, la imagen de ese paquete quedó flotando en mi cabeza, bañándose en el mar de mi alma.
¿Perdurará?
mierda
Eso te pasa por juntarte con tíos con camisa de cuadros. Seguro que los tipos que hacen programas de bricolaje también se consideran artistas.
Tu texto, como siempre, muy bien llevado. Por cierto, el vodka jamás ha traído nada bueno a las relaciones sexuales.
Saludos,
Jim McGarcía
Cuanto tiempo. Espero que todo te haya ido bién. Bueno, ahora no tengo tiempo, pero cuando pueda te leo.
Hola,
Me acabo de leer el blog del tirón. Me ha gustado mucho. Como novela me ha recordado a El guardián entre el centeno; pero para ello necesitaría que el personaje encontrara una justificación final en las últimas páginas. Y un blog no es una novela.
El personaje es muy interesante, pero con mucha mala hostia, espero que le des un respiro en las próximas entradas.
Un saludo
Pues a mí me encantaría que este blog se publicara, a modo de diario o qué se yo. Es muy incómodo leer en el ordenador y esto parte bastante, además para ser un blog tiene un aire de novela acojonante y buenísimo (a mi parecer).
Esto es el tipo de cosas que me habría encantado leer cuando era adolescente, porque antes disfrutaba más con la lectura.
Gracias por escribir el blog, porque sabes entretener.
Publicar un comentario