Las cosas han cambiado un poco desde que me mudé de casa. Decidí que no podía permitirme pagar el alquiler de una habitación individual, era demasiado dinero para alguien cuyos únicos ingresos provenían de dos horas diarias paseando perros. Ese fue el principal motivo, pero he de decir que el hecho de seguir conviviendo con la trucha no me volvía loca de entusiasmo. Así que aproveché que Mariam se mudaba a casa de Èlena, un estupendo piso en el centro de Venecia, para comunicar mi intención de trasladarme de allí cuanto antes, a una habitación compartida a ser posible. Desde entonces vivo con Mariam en una habitación con un pequeño balcón donde salgo a fumar cada cinco minutos. Mariam estudia bellas artes, viste como si viviéramos en los años cincuenta, es extremadamente desordenada, y tarda como media hora en realizar cualquier tipo de acción. Si le pides un cigarro tienes que esperar a que se quite sus guantecitos de puntos, los doble cuidadosamente, los meta en su pequeño bolso de mano, saque su pitillera, la abra lentamente y después de tontear un poco con él, lo acerque despacito a tu mano como si en realidad no te lo quisiera dar. Es mucho mejor para los nervios ir hasta el expendedor más cercano. Nuestra habitación está claramente dividida en dos zona, la mía, limpia y ordenada, y la pocilga, la parte de Mariam, con sus bragas por el suelo y sus miles de zapatos, vestidos, sombreros y estúpidas e innecesarias cintas para el pelo colgando del radiador, las ventanas o el picaporte de la puerta. A eso hay que añadir los envases de yogurt y tazas de café olvidadas en los lugares más inesperados de nuestro pequeño cuarto. De noche, uno entra en la habitación en completa penumbra y corre el riesgo de clavarse un tenedor en un pie, o de escurrirse con una bolsita de té y partirse la cabeza.
Mariam estudió un año en París, y vive un poco obsesionada con su pasado. Cada dos por tres suelta algún que otro taco en francés, y siempre está contando anécdotas que a todo el mundo le importan un carajo sobre su fantástica vida en la capital francesa. Es bastante pesada con ese tema. Alguna vez ha venido a visitarla algún que otro amigo de entonces y hemos salido todos juntos a tomar algo. Mariam aprovecha para hablar francés a todas horas, y es tal su pasión por el idioma que a veces se ve que no puede parar y me habla en francés incluso a mí que no entiendo nada, a todo el que se le ponga a tiro aunque no tenga ni idea del idioma. Como le debe de parecer una señal de clase y sofisticación el hecho de hablar esa lengua de gilipollas, se encarga de hablarlo lo suficientemente alto como para que todos la oigan. Supongo que representa bastante bien el desprecio que siente por sus orígenes verdaderos. Querría haber nacido en París, y sin embargo es de un pueblo italiano de mala muerte. Pues te jodes, es lo que se me ocurre, lo demás está fuera de lugar, creo yo.
De cualquier manera siempre que sucede algún acontecimiento importante en mi vida, (muy pocas veces) me deja notitas de colores en la habitación con algún mensaje referente al tema, y siempre me tiene informada de los conciertos y las actividades culturales que tienen lugar en esta ciudad muerta. Luego nunca voy, pero al menos me da la opción de elegir.
En nuestro piso, después de unas semanas de agradable convivencia, y de haber obviado la posibilidad de hacer una fiesta de inauguración por todo lo alto (como quería Mariam; seguramente llenar la casa de extranjeros pesadísimos a los que después uno tiene que echar a patadas) llegó Alexandra a nuestro hogar, la cuarta compañera. Italiana de origen, estudiante de Checo por algún motivo que escapa a mi comprensión y en el que prefiero no indagar, y ahora residente en Venecia después de un bagaje bastante intenso a pesar de su juventud (veintidós primaveras). Un año en china, otro en Polonia, veranos en Praga con su novio el checo, y hablante por consecuencia de millones de lenguas diferentes. A su lado, he de admitir, me siento bastante paleta, pero ¿quién no se sentiría así? Supongo que muy poca gente. Aunque últimamente todo va tan deprisa que nada más nacer ya te están apuntando a miles de actividades en pro de tu desarrollo y tu formación profesional, y todo el mundo sabe de todo y se desenvuelve estupendamente en cualquier situación. Todos menos yo. Desde los primeros días Alexandra ya estaba dispuesta a hacer millones de preguntas cada día en cada una de las conversaciones que teníamos. Su objetivo era siempre el de recoger el mayor tipo de información en el menor tiempo posible. A pesar de que el exhibicionismo es a veces un rasgo bastante arraigado en mi personalidad, siempre que me exponía a una de esas entrevistas me ponía un poco nerviosa. En realidad nunca he sabido muy bien qué personaje adoptar con ella, si la escritora maldita que malvive en Venecia, el alma libre que no entiende de ataduras y disfruta con las maravillosas vistas de la laguna desde el Arsenal, o la tipa introvertida con un infierno dentro que es incapaz de expresar con palabras.
Esta indecisión provocaba que me dedicase a fumar desesperadamente cada vez que salíamos por ahí a tomar unas copas, y creo que Alexandra se ha forjado una idea algo equivocada de mí. A grandes pinceladas, y sobre todo después de la muerte de mi padre, y de airear imprudentemente mis problemas con Riccardo, creo que se podría decir que me ve como un ser algo destructivo, capaz de automutilarse con cristales rotos, con cierta dificultad para mantener relaciones personales. Siempre que llego a casa, sudada después de caminar con el perro por las asfixiantes calles venecianas de este mes de Mayo que no termina nunca, sus ojos me reciben compasivos en la cocina mientras su boca articula un compungido “¿qué tal ha ido hoy? esperando que le cuente alguna de mis desgracias. He de reconocer que el destino o la casualidad no me son favorables, porque siempre que tiene lugar uno de nuestros encuentros a mí acaba de sucederme por norma general algo desagradable.
Otro aspecto destacable de la personalidad de Alexandra es su tendencia al contacto físico. Le encanta pasarte inesperadamente la mano por la cintura, o dejar en un despiste sus largos dedos sobre tu muslo mientras repasa la filmografía de Kieslowski mirando a su interlocutor como si no importara nada más en este mundo. Yo, que nunca he sido muy partidaria del roce gratuito, he aceptado ya que con Alexandra uno siempre tiene que estar preparado para el abrazo. Cuando sales de casa y cuando llegas. Alguna vez incluso me ha estrechado entre sus brazos antes y después de ir a comprar el pan. En otras ocasiones lo hace sin motivo aparente, no como una señal de recibimiento o despedida, sino más bien como una pretendida muestra espontánea de todo su afecto. Siempre he creído que los tocones sufren o han sufrido enormes carencias afectivas. Bueno, a veces simplemente son pervertidos sexuales que se aprovechan del alma confiada de las personas. En el caso de Alexandra no he percibido ningún síntoma de perversión así que he determinado sobrellevar el asunto lo mejor que pueda. Es un poco incómodo tener que ser cariñosa todo el día, pero poco a poco voy acostumbrándome.
Èlena trabaja todo el día y prácticamente no nos vemos nunca. Compagina tres trabajos infames (camarera, repartidora de publicidad y recepcionista en un hotel) para ganar un montón de dinero y destinarlo a viajar por el mundo con su novio. Aunque creo que más que para ganar dinero lo hace para probar su resistencia. Es una persona extremamente obsesiva y todo proyecto que emprende lo lleva siempre hasta el límite. Cuando le dio por el cine dejamos de verla durante un par de meses. Se recorría todas las salas de proyección de la ciudad o se encerraba en casa a ver películas sin ningún tipo de criterio. Había que verlo todo y tenía que ser enseguida. Y así con el teatro, el vegetarianismo, la música, las ciencias esotéricas, la danza contemporánea, y un interminable y estúpido etcétera. La verdad es que prefiero que no esté nunca en casa porque me pone bastante nerviosa.
A veces salimos todas juntas y las noches se me hacen eternas. Otras no lo pasamos mal. Vamos a conciertos, hacemos picnics en la playa, y recorremos los sitios emblemáticos de la ciudad con una botella de vino en la mano. Después llegamos a casa y tenemos conversaciones de chicas: pollas y culos, dolores menstruales, y tiendas de ropa de segunda mano. Cuando la cosa dura mucho termino por aburrirme desesperadamente, pero en general las reuniones se prolongan hasta que yo consigo escapar con la Rusa a los bares de siempre a ligar con los pocos tíos desconocidos que quedan en Venecia, o a emborracharnos mientras contemplamos silenciosamente los barcos que pasan por los canales. La verdad es que no tengo ningunas ganas de que venga mi madre a perturbar mi paz. Y quiere venir, una semana nada más y nada menos. No puedo decir que no.
Cita en Malasaña.
Hace 9 años
11 comentarios:
acabo de llegar a tu sitio, y si no te importa, me quedaré a escucharte, me ha encantado. Un abrazo.
Parece que, como a mí, te molesta mucho la gente que no te deja hablar lo suficiente, a veces, aunque nos joda, porque tienen cosas más interesantes que decir.
Me temo que Alexandra encaja bastante bien en ese perfil de "acaparadora de conversaciones". Además, tiene un agravante: odio a la gente que toca a los demás sin motivo aparente. Es desagradable pensar en a quién habrán tocado antes que a ti.
Menos má que existe el antiséptico Internet. Tener un blog viene muy bien, entre otras cosas, para poner a caldo a ese tipo de cabrones pretenciosos y tocones.
Saludos,
Jim McGarcía
Hoy leyéndote me dio por pensar en que quizá gran parte del desamparo éste que vienes narrando venga dado por priorizar con cosas no importantes. Me parece ver que las cosas más esenciales las citas de lado y, sin embargo, las cosas que importan una mierda las detallas concienzudamente.
Para empezar, me parece que (dejando de lado el aburrimiento casional) no estás muy mal. Si es así, me alegro y seguro que las cosas te irán mejor.
Y después, la posible idea que tiene de tí Alexandra. Creo que los imbéciles de mi clase se han hecho la misma idea, y por eso me psicoanalizan.
Bah, que les den por el culo.
Qué bien que vuelvas a escribir.
¿Vivías con una trucha? Yo vivo con un caballo que tiene síndrome de diógenes.
La trucha era mi despreciable compañera de piso los primeros meses. Por fortuna he conseguido dejar atrás esa etapa. Le debo 40 pavos, por cierto.
La trucha era mi despreciable compañera de piso los primeros meses. Por fortuna he conseguido dejar atrás esa etapa. Le debo 40 pavos, por cierto.
La trucha era mi despreciable compañera de piso los primeros meses. Por fortuna he conseguido dejar atrás esa etapa. Le debo 40 pavos, por cierto.
Entonces le debes 120 pavos en total.
El francés no es un idioma de gilipollas.
Martin y Chafan tienen razón.
Por cierto, para ser escritor maldito no basta con creer que lo eres. Antes hay que escribir bien. Vivir como un maldito es una opción, pero al final lo que cuenta en literatura es el resultado, lo que queda escrito. Y no basta con imitar a Miller o Bukowski.
Publicar un comentario