Me abrocho el cinturón de seguridad. La azafata combina el movimiento de brazos con una evidente cara de cansancio. Lleva mucho maquillaje, el pelo algo sucio. Me pregunto cuántas veces habrá hecho el numerito del chaleco salvavidas. Miro a mi alrededor. Todos esperamos el despegue, esperamos llegar a algún sitio, llegar a Venecia, a cualquier lugar que no sea Madrid. El avión asciende, los cuerpos ascienden, ponemos tierra de por medio.
A mi lado una pareja contempla el paisaje por la minúscula ventanilla. Vemos cómo los objetos que dejamos atrás se empequeñecen. A
hí te quedas, Miguel, con tu mundo universitario y tus libros de mierda. Abro mi libro por la página marcada. La azafata pasa velozmente controlando que todos los compartimentos estén cerrados.
- Mira las nubes, Rafa –dice la chica.
- Voy a hacer una foto. Pásame la cámara.
La chica busca la cámara dentro del bolso. Toma, pero no pongas el flash, le dice. El chico la coge sin dejar de mirar el paisaje.
Me doy cuenta de que no tengo bolígrafo para subrayar o tomar notas en mi libro. Pienso en pedírselo a la azafata. Después pienso que será mejor que se lo pida a la chica que al fin y al cabo no tiene nada que hacer.
- Perdona, ¿tienes un bolígrafo? –pregunto.
- Pues…creo que yo no. Rafa, ¿tienes un bolígrafo?
El chico me mira, y a continuación entorna los ojos desviando la mirada hacia un punto indefinido en el espacio, como haciendo memoria de lo que ha metido esta mañana en su bolsa de viaje. Creo que si, me dice cogiendo algo de debajo de su asiento. Después remueve objetos dentro de una bolsa de piel negra. Paso páginas de mi libro mientas espero, fingiendo buscar algo importante.
- Mira, aquí está, has tenido suerte –dice sonriendo.
- Si, gracias –respondo correspondiendo con otra sonrisa.
La chica también me sonríe hasta que el bolígrafo llega a mi mano. Subrayo rápidamente la primera frase que veo para demostrar la urgencia y la utilidad del bolígrafo que me han prestado. Es uno de esos bolígrafos de propaganda con partes doradas que intentan imitar las plumas de abogado, o de médico de prestigio.
Miguel prefiere a una profesora de secundaria, prefiere su tesis sobre el exilio, su novia entregada a problemáticos adolescentes que vuelve del trabajo hablando de la escondida bondad de esos chicos rebeldes, prefiere opositar, algún que otro partido de fútbol los domingos, escenas de enternecedora comprensión en el sofá.
“No es difícil estar solo, si eres pobre y fracasado Un artista siempre está solo…si es un artista” Página 85. Subrayo. Zapatillas de cuadros, un porrito de vez en cuando porque en el fondo somos progres y liberales, y los amigos de ella, los amigos de él, “ha llamado tu madre”, una semana en Berlín…Otra azafata pasa con el carrito de las bebidas.
- Una botellita de agua, por favor –pide el chico- ¿Tú quieres algo? –le pregunta a ella.
- No, no, yo nada –responde sin levantar la vista de un mapa de Venecia.
Todo queda lejos. Guadalajara, una habitación con olor a mierda, con olor a enfermedad. Madrid fue ayer, Madrid y sus anónimos muertos. La muerte me persigue, pienso. La chica se levanta para ir al baño. Me levanto para dejarla salir. Perdona, sé que es un coñazo, me dice. No pasa nada, respondo sonriendo. Me quedo de pie en el pasillo. Al darme la vuelta sorprendo a un hombre con gafas mirándome el culo
. Maldito cabrón pajillero reprimido, pienso. Vuelvo a mi asiento. El avión comienza a moverse de forma extraña. Una voz nos informa de que atravesamos una zona de turbulencias. Todos nos abrochamos el cinturón de seguridad. La chica vuelve rápidamente y tengo que levantarme de nuevo para dejar que se siente. Me pongo otra vez el cinturón. El avión se mueve mucho. Voy a morir, pienso. Me sudan las manos. Imagino a mi madre recibiendo una bolsa con todas mis pertenencias: la cartera, mi libreta de notas, mi teléfono y un libro de Henry Miller que será lo último que leeré en mi vida. Miro por encima de mi asiento las cabezas que se mueven hacia un lado y hacia otro. Vamos a morir todos, estoy completamente segura. Me pregunto porqué nadie parece estar asustado, porqué las cabezas se mueven hacia a ambos lados buscando las ventanillas como si sintiesen únicamente curiosidad por su muerte, como si quisieran disfrutar con toda tranquilidad del paisaje en su descenso al infierno. La chica continúa estudiando el trazado de calles venecianas en su mapa, el chico duerme. Disfrazo mi miedo apuntando unas frases, las que serán mis últimas palabras. El último garabato antes de morir reza Miguel en color azul cielo.
Miguel, en tus manos encomiendo mi espíritu, y me tapo la cara con la mano izquierda. Unos dos minutos después se oye un pitido. Las turbulencias han pasado. En cierto modo, me siento algo decepcionada.
- Joder, vaya meneíto –me dice la chica.
- Si, la verdad es que si –le digo sorprendida de que me hable a mí.
La chica me pregunta si voy de vacaciones a Venecia. No, le contesto, vivo allí. Parece impresionada. Decido contarle que me dedico a escribir, que Venecia es un lugar muy inspirador en el que encuentro motivos para mi literatura. ¿Y es muy cara Venecia?, me pregunta. No sé bien qué contestarle. Le suelto una respuesta algo ambigua utilizando, eso si, las palabras precisas. Una escritora tiene que manejar un amplio vocabulario. Después me cuenta que pasarán allí un fin de semana, que en un principio no sabían si Roma o Venecia, pero que en el último momento pensaron que Venecia podría verse en un par de días porque es más pequeña y, claro, eso fue lo que les hizo decidirse. Le explico que Venecia es una ciudad con mucho encanto, y le recomiendo un par de sitios a los que ir. Me pregunta si se pueden encontrar bolsos a buen precio. No tengo ni puta idea así que le respondo que no sé. Mercadillos, me explica, falsificaciones de bolsos de marca. Intento que no se note mi perplejidad. Pues en las calles hay negros que venden bolsos a los turistas, como en Madrid, le digo. Me sonríe satisfecha. Después me pregunta cómo llegar desde el aeropuerto y algunas cuestiones prácticas más a las que respondo amablemente. Muchas gracias, de verdad, me dice. De nada, contesto, y vuelvo a mi libro. El chico se despierta y bosteza. Pasa la mano por encima de la chica y le acaricia el pelo. Buenos días, le dice ella. Él la mira con un ojo cerrado, dando a entender que todavía le llevará un tiempo despertarse del todo. El chico me hace un gesto con la cabeza exagerando su cansancio. Se duerme en todas partes, me explica la chica, no se le puede llevar a ningún sitio. El chico ríe y le da un pequeño cachete en un brazo a modo de censura. La chica le da un beso en la frente. No sé muy bien cuál es mi papel, si tengo que mirarlos a ellos, si tengo que concentrarme en mi libro o si por el contrario debería levantarme y amenazar a esa gente con una historia falsa sobre una bomba en la parte trasera del avión. ¿Cuánto queda?, inquiere la chica mirando el reloj de pulsera del chico. Más o menos una hora. Una hora y estamos en Venecia. Se enciende de nuevo la luz verde. Turbulencias. Me abrocho el cinturón.