No sé si se trata de una especie de maldición, o simplemente estoy atravesando una etapa momentánea de mala suerte, pero a menos de cuatro días para mi partida he tenido un desafortunado incidente que complicará bastante las cosas.
Ayer un molesto picor en mi ojo izquierdo me sacó de la cama a altas horas de la madrugada. Al principio pensé que se trataría de una lentilla olvidada en algún lugar recóndito de mi globo ocular, así que me decidí a explorar la zona. No había nada. El insidioso picor poco a poco fue convirtíendose en un dolor agudo que pocos humanos podrían soportar conscientes. El ojo se fue poniendo rojo e hinchándose hasta adquirir un tamaño preocupante. En vista de tales circunstancias, pensando que quedaría irremediablemente tuerta (es conocida mi aprensión a cualquier tipo de dolencia física) llamé a María, la cual respondió al teléfono amablemente a las cinco de la madrugada de un domingo, para que me acompañase a urgencias.
Cuando llegó a mi casa mi ojo no tenía en absoluto forma de ojo y el dolor era insoportable. Bajé avergonzada las escaleras de mi portal con una servilleta con una ridícula cenefa de color morado tapándome la zona afectada (fue lo único que encontré), dispuesta a coger un taxi que nos llevara al hospital. Por una serie de circunstancias que escapan a mi comprensión, un coche de policía patrullaba la zona de Donoso Cortés en busca, supongo, de despiadados maleantes que atentasen contra el orden público. Encontraron sin embargo a dos mujeres vagando por las calles mojadas de Madrid, una de ellas con un absurdo vendaje improvisado en el ojo izquierdo. Nos ofrecieron ayuda inmediatamente. Cosas que pude percibir con mi ojo sano: 1) Eran dos policías. 2) Uno de ellos (el conductor) estaba muy bueno. Tardamos dos segundos en montarnos en el coche (¿Alguien ha montado alguna vez en un coche patrulla?. No os aconsejo la experiencia) y otros dos en llegar al hospital. Yo no podía adivinar que trayecto iba trazando el vehículo, dada la reducción de mi campo visual, así que me dediqué a responder escuetamente a sus preguntas sobre mi vida en general y sobre mi ojo en particular, y a dejarme llevar.
Cuando llegamos tardaron como media hora en decirme que no quedaría tuerta de por vida y en verter, a continuación, mil millones de gotas en el ojo que anestesiaron el dolor y dilataron la pupila.
Herida en la córnea. Ese fue el diagnóstico. Una semana con antibióticos y colirios, y dos semanas sin ponerme lentillas. ¡Joder! Vuelvo a ser una gafas ¡No! ¡Y en Italia! Maldita sea, ¿Cómo esperan que ligue con gafas hipermétropes? ¿Me veré obligada a sacrificar la salud de mi ojo por algún italiano cachondo? ¿Seré capaz de soportar la humillación del retorno a las gafas de pasta? Veremos.
De momento solo puedo decir que continúo con una visión jodidamente borrosa (las pupilas dilatadas duran aproximadamente diez horas), enfrente de mi portátil (menos mal que en su día aprendí mecanografía), con una habitación repleta de cajas de libros y ropa a mis espaldas, a la espera de ser vaciada, limpiada y ordenada, y con un sobre de matrícula a mi lado que tiene que entregarse mañana. Todo tengo que hacerlo con un solo ojo. Quedan aproximadamente cinco horas para que la pupila de mi ojo sano vuelva a su tamaño normal y deje de ver los objetos como si saliera de ponerme tibia de whisky en una destilería.
¿Alguien me estará enviando señales desde algún lugar supraterrenal? ¿Conseguiré superar esta gincana sin fin? ¿Cogeré de una maldita vez ese vuelo?
Seguiremos informando.
Cita en Malasaña.
Hace 9 años
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