Despué de un obligado viaje al pasado, mis libros, mis cigarrillos, mis pesadumbres y mis pequeñas alegrías, vuelven a llenar esta cocina que tanto he imaginado desde la distancia.
España queda lejos ahora.
Y una vez en casa retomo la apenas iniciada dinámica de estudio que conseguí esbozar antes de verme forzada a abandonar Venecia. Contemplo con cierto abatimiento el enorme repertorio de actividades, los libros que tendrán que ser analizados, resumidos, y las páginas en blanco de Word que esperan convertirse en estudiadas redacciones sobre literatura italiana.
Atravieso una época en la que considero que asimilar información, sea del tipo que sea, es preferible a emplear tardes eternas en contemplar el techo desde la cama y maldecir. También en este aspecto se aprecia la dificultad que para mí entraña encontrar un término medio: antes no me interesaba nada y ahora me interesa todo. Es un interesés vago e impreciso de momento, que se extiende a todos los campos y no concretiza, pero es algo más que cero.
Así, aumentan sensiblemente mis lecturas, mi asistencia a clase y mis conversaciones acerca de cualquier cosa que se encargue de arrancar del silencio a mi entorno.
No obstante no encuentro pasión alguna en las tareas que, aleccionada por la experiencia de un pasado abúlico y destructivo, he logrado autoimponerme. Y me consuela pensar que todo trabajo es como la mayoría de las relaciones personales: basta darles el tiempo suficiente para que consigan interesarte. Cuanto más se profundiza mayor retribución se obtiene. Esto es, puede darse perfectamente que la literatura uruguaya del novecientos no forme parte del elenco de intereses en los ávidamente deseas profundizar, pero en el ensayo número cien, seguramente algo logre captar tu atención. Quien sabe si esa persona que a primera vista pasa desapercibida con el tiempo no conseguirá darte algo que te sorprenda. Nunca se sabe.
Efectivamente,
Corazón tan blanco, Si te dicen que caí, no son novelas que quedarán grabadas a fuego en mi memoria, Calvino escribió ese tipo de libros de los que lees un par de páginas antes de dormir, pero admiro la técnica de Marías, como algún que otro párrafo de estos pensamientos un tanto obvios pero magistralmente desarrollados.
Pero desde luego nada comparable a la fuerza y a la desmesura del amor a primera vista, al enamoramiento ilógico y fuera de toda contención, como solía sucederme con Faulkner, con Onetti. Y así puede ser que yo el otro día besara a R más que nada por probar, por ese interés poco concreto por todo lo que está a mi alrededor y de alguna manera intereacciona conmigo. La juventud significa más o menos eso, y quien no lo haya comprendido quedará necesariamente expulsado de la vida (de la de verdad, me refiero, no de lo que la mayoría entiende por vida, claro está)
¿Qué vendrá después de la experimientación? Quien sabe, quizá la muerte. De momento abro y cierro libros, subrayo, leo artículos y escucho conferencias sin poder concentrarme demasiado, sin que nada consiga quitarme el sueño.